martes, diciembre 20, 2005

(Capitulo 19)


CAPÍTULO 19

Llegamos a Jaisalmer a las 5 de la mañana y la ciudad ya era un hervidero de gente. Parecía mentira pero incluso a esas horas ya había actividad. Los pequeños tenderetes callejeros se iban abriendo uno detrás de otro como llevados por un efecto dominó. Para mí que la India nunca duerme.
Desde Jaipur ya habíamos reservado un hostal y un Rickshaw nos esperaba a la salida de la estación.
La habitación era bastante cutre. La cama aunque grande era sucia y mugrienta. El suelo estaba cubierto por una especie de alfombra de un color que el tiempo y el uso habían convertido de un posible rojo a un extraño morado. Del baño ni hablo. De todas maneras sólo costaba 4€.
Me aseé y me dispuse a tomar el desayuno junto a Dalip, nada del otro mundo, unos huevos revueltos, un zumo de naranja natural y un café bien cargado. Mientras llenábamos nuestro cuerpo de energía hicimos el plan del día. Primero visitaríamos el Palacio Real, luego el Palacio sumergido y finalmente nos perderíamos por el bazar de la ciudad.
Pensábamos estar tres noches en Jaisalmer pero a lo largo del día nos dimos cuenta que no sería necesario y que al día siguiente podríamos partir hacia Agra y disfrutar más tiempo del Taj Mahal.
El Palacio Real era enorme y bonito como suelen ser las cosas que hacen los ricos. El Palacio sumergido, pues eso, en medio de un lago lo que le daba un encanto especial aun a sabiendas de que estaba allí, no por un efecto estético, sino que era para que las concubinas no escaparan de él y, a la vez, hacerlo inaccesible a cualquiera hombre que llevado por sus instintos carnales o por un amor impetuoso intentara llegar a él.
Hacia el atardecer nos dirigimos al bazar y una vez allí entramos en un viejo edificio donde confeccionaban alfombras y demás artesanía. Compré, atraído por su belleza, dos alfombras de unos sesenta años de antigüedad aunque no sé donde las pondré ya que con lo que viajo he llegado a la conclusión de que mi casa es el Mundo entero y eso es demasiado suelo para cubrir con dos alfombras.
Siempre recordaré Jaisalmer y no será por sus palacios o sus paisajes sino porque allí, contemplando el atardecer y escondido tras una botella de cerveza, tomé una decisión con respecto a mi vida. Hacía tiempo que pensaba en ello pero fue precisamente allí donde al final me decidí. La India me estaba haciendo sentir cosas que nunca antes había sentido y todas las emociones, todos los sentimientos se multiplicaban por mil. Mi corazón era zarandeado de un lado al otro como una hoja empujada por el viento del otoño y mi vida era como una estrella fugaz recorriendo un incomprensible y elíptico camino. Así andaba yo por la India y quería que aquello fuera un punto de inflexión, que al volver a mi mundo empezara una nueva vida y para eso debía borrar a alguien de mi presente, que no de mi pasado, y eso es lo que decidí ese día. Una vez mi corazón salió volando detrás de una quimera, persiguiendo un amor imposible o incomprendido y la única manera de que regresara a mí era no volviendo a saber nada de ese “alguien” por muy doloroso que me fuera. ¿Por qué ya nadie quiere amar y ser amado? ¿Por qué valoramos más un “yo” que un “nosotros”? ¿Por qué la gente quiere estar sola en vez de compartir sus ilusiones y sus temores con alguien al que se ama o se supone que se ama? Quizás este tiempo en el que vivo no es el mió y debería volver atrás, a la época en la que amar era sencillo y no estaba mal visto, donde el amor era más importante que una brillante carrera profesional, donde querer era un verbo común y la gente no lo utilizaba a la ligera, donde el decir “te quiero” significaba algo más de lo que significa ahora, donde…
El resto del día lo dedicamos a contratar un taxi que nos transportara hasta Agra. Tras mucho discutir y regatear conseguimos que nos llevaran por 40€ pasando por un parque ornitológico que quedaba por el camino y valía la pena ver.
Nos levantamos temprano. El taxi nos esperaba a la hora convenida y sin más dilaciones nos dirigimos al parque de Keoladeo-Ghana donde disfrutamos de la belleza gratuita y casi desconocida que la naturaleza nos ofrece y que en nuestro primer mundo casi hemos olvidamos que existe. Aun rodeado de tanto que ver y sentir mi mente estaba en el Taj Mahal. Era tanto el tiempo que había soñado con él que no podía centrarme en el presente.
Llegamos a Agra ya de noche y el hostal que escogimos estaba justo al lado de la puerta Este del Taj. No podía creerlo, estaba a su lado, casi lo podía tocar pero aun no podía entrar en él.
Tenía pensado estar unos tres días allí y quería tomármelo con calma. Quería saborear cada segundo previo al encuentro entre este convencido romántico que soy yo y el mayor monumento al amor que es el Taj Mahal.
Al día siguiente Dalip y yo fuimos a visitar la fortaleza de Agra, una construcción inmensa protegida por enormes murallas rojizas y rodeada por un pequeño riachuelo. La parte que daba al río se encontraba enfrente del Taj Mahal. Lo contemplaba desde la distancia consciente de que faltaba poco para que mis desnudos pies pasearan por su cálido mármol.
Caminaba por las angostas calles repletas de vendedores, turistas, vacas y demás elementos decorativos de la India pero yo ni los veía. Iba absorto en mis pensamientos y como si una fina tela hubiera cubierto mis ojos todo a mí en derredor se me hacía borroso y lejano. Mi mente estaba en el Taj Mahal y a cada paso que daba a cada latido de mi corazón era más consciente de que el momento se acercaba. Para mí este era el monumento por excelencia y no quería que la ansiedad y las ganas por verlo, por poseerlo me hicieran precipitar. Ya sabéis lo que pasa cuando deseas ver algo, vas corriendo a verlo y cuando te has dado cuenta el mágico momento ha pasado y ni enterarte. No quería que me pasara a mí y por eso me lo tomaba con calma, mucha calma. Deambulaba por sus alrededores oliendo su belleza, sabedor de que al día siguiente iba a estar viendo amanecer desde su interior, desde lo más profundo de su corazón.
Nos levantamos a las 5:30 de la mañana y preparé mis cosas. Siempre soñé que lo contemplaría junto a una buena botella de vino, escuchando ópera y cogido de la mano de alguien muy especial. Esto último iba a ser, por desgracia, imposible pero la botella la llevaba conmigo desde España y la ópera iba en mi inseparable MP3 ¡viva la tecnología!
Tras pagar 750 rupias me encontré con que no podía entrar mi música ya que estaba prohibido por “razones de seguridad”. ¡Maldita sea! Daba igual ya encontraría la manera de cumplir mi sueño, lo primero era el amanecer y, por suerte, el vino lo había camuflado en una botella de coca-cola. Buena ocurrencia. Antes de entrar puse a Dalip al corriente de lo que ese momento significaba para mí y que entendería si él prefería hacer otra cosa en vez de seguirme como el que sigue a un autista. Lo comprendió y como una sombra me siguió todo el día sin protestar, sin decir “esta boca es mía”. ¡Gracias Dalip!
Mi corazón iba más rápido que mis piernas. Tac, tac, tac, palpitaba a toda pastilla. Llegué al final de una pequeña avenida y al girar a la derecha surgió, de repente, con su blanco mármol, desnudo, desprovisto de pecado, lleno de amor. Me quedé paralizado y tuve que hacer un esfuerzo para seguir avanzando. La cúpula central apuntaba hacia el cielo insultándolo con su belleza. El sol empezaba a salir por mi derecha golpeándolo todo con su desfachatez, pintando un cuadro de ensueño con su brillo anaranjado, dando vida a algo que durante toda mi vida había esperado ver. Me descalcé, pisé con cuidado la mágica alfombra de mármol que todo lo cubría, cerré los ojos y abrí mi alma. Pasados unos segundos me senté mirándole directamente a la cara, desafiándole con mi empequeñecido corazón intentando cabrearlo para que me escupiera toda la felicidad de la que estaba hecho, para que me vomitara todo el amor con el que había sido creado. Yo también quería todo eso.
Bebí un sorbo largo de vino y empecé a escribir en mi diario. Mi pluma deliraba e impregnaba las hojas de sentimiento, mis sentimientos. Los trazos surgían de mi corazón e iban directamente al papel. Otro sorbo de vino y el control sobre lo que escribía fue desapareciendo y me dejé llevar…
Todo a mi alrededor estaba cubierto por una invisible nube de la que caían pequeñas gotas de amor y, al tocarlas, me veía capaz de enamorarme de cada mujer que por allí pasaba, de hecho estaba enamorado de todas ellas. Daba igual que fueran altas o bajas, gordas o delgadas, todas ellas estaban envueltas por un aura especial y yo me di cuenta de que no había mayor monumento al amor en este mundo que la mujer. Sé que más de uno reirá y dirá: ¡pero será cursi! Pero ese pobre diablo todavía no se ha dado cuenta de que sin la mujer no existiría el amor.
Tras una hora de ensoñación el hambre me hizo ver que seguía siendo humano y que el amor no alimenta, así que decidí ir a almorzar y ver como podía solucionar lo de la música.
Siempre se ha dicho que con el estomago lleno se piensa mejor y así fue. Alguien me había hablado de que los pobres, debido a lo cara que es la entrada, iban a un sitio justo al lado del río donde se contemplaba perfectamente el Taj Mahal. Así que cogí mis bártulos y me dirigí a ese lugar. Dalip, mi sombra, me seguía sin rechistar como un espectador mudo de un espectáculo sin sentido o quizás todo lo que ese día hice también tuvo sentido para él, algún día se lo preguntaré. Al llegar al río contemplé el paisaje que delante de mi había y me di cuenta de qué pobres son los ricos que pagan y que ricos son lo pobres que ven el Taj Mahal desde allí. Me acomodé en una pequeña plataforma justo al lado de una casa de pescadores. A mi derecha transcurría el río silencioso, como si no quisiera molestar, respetando el momento. Y allí estaba él, otra vez delante de mí con todo su esplendor recortándose en el horizonte, elevándose por encima de este mundo materialista. Era como un enorme anuncio que decía: “a los que no creáis en el amor mirarme, contemplarme, rendiros ante mi evidencia, dejaros llevar por mi consejo y tener la certeza de que el AMOR existe”
Coloqué los altavoces, afilé de nuevo mi pluma y allí pase las 5 horas siguientes. Escribía sin parar llevado por mi corazón y espoleado por el vino. Una palabra seguía a la otra, todas diferentes pero todas hablaban de amor. Fue un momento especial en el que la ópera animaba mis sentimientos y los hacía fluir por doquier. Mimí le cantaba al amor de Rodolfo en la Boheme mientras que Madama Butterfly lloraba cantando por el amor no correspondido de un maldito capitán americano que le dijo “te quiero” cuando no lo sentía. El vino iba haciendo bien su trabajo y junto al color de la tarde aumentaban la belleza del Taj Mahal.
Os voy a poner un pequeño pasaje de lo que ese día escribí. Sólo os pido que disfrutéis de estas palabras al igual que disfruté yo al escribirlas. Que sepáis que no me avergüenzo de ni una sola de las palabras que vais a leer porque vergüenza no es una palabra que esté en mi diccionario. Vergüenza solo la sienten los que se arrepienten de algo, yo no me arrepiento de nada y menos de haber amado:
Taj Mahal entre la 1 y las 6 de la tarde del 13 de septiembre del 2005.
“A todos aquellos que amáis o habéis amado, venir aquí, sentaos a la orilla del río, poner la música que más os guste, traeros la mejor botella de vino que tengáis y disfrutar durante horas de este momento y si sois afortunados, si la vida os ha sonreído, si Cupido os a herido con sus flechas, disfrutar de este momento con vuestra pareja, entrelazar vuestras manos, juraros amor eterno y dejaros llevar por los sentimientos. Y si alguna vez pasáis un mal momento, recordar que una vez estuvisteis aquí y que una vez estuvisteis enamorados. Luchar por vuestro amor, darlo todo por él y no dejéis que nada lo destruya. Dejaros de chorradas y mantener ese fuego vivo. El amor es algo que tiene que cuidarse cada día. No basta con decir “te quiero” hay que demostrarlo. El fuego si no lo avivas se apaga. Más de uno diría: “pero si hay un montón de mujeres en el mundo”, o más de una diría: “pero si hombres hay a patadas y yo soy tan guapa que puedo tener al que quiera”. Que triste me resulta oír eso. El amor aparece muy pocas veces y si tú, seas quien seas, eres el afortunado, cógelo y no lo dejes escapar y cuídalo como si de tu vida se tratara, hasta el final.
Y ahora sé que el sol sale para ver el Taj Mahal y que, más tarde, deja su sitio a la luna porque ella también ama y también quiere contemplarlo.”
Durante ese día tan especial para mí también escribí un poema. Me puse en la piel de ese sultán que había perdido a la mujer que amaba y no me costó ya que yo también perdí una vez lo que más quería. Solo ver el Taj Mahal ya te inspira pero si conoces su historia esa inspiración te supera. Taj Mahal significa lágrima de princesa y fue un sultán allá por el siglo 14 el que al morir su esposa, el amor de su vida, casi se volvió loco y concibió este monumento de mármol para que al contemplarlo cada día le recordara a ella. No seáis muy duros con la crítica de este humilde poema y que los Lope de Vega, Machado, Lorca y demás poetas perdonen mi osadía.
TAJ MAHAL
(LÁGRIMA DE PRINCESA)
Cautivo estoy en un desierto,
llorando, inmerso en mi dolor.
Ya no estás pero aun te siento,
todo lo que me queda es tu amor.
¡Oh princesa de mis desdichas!
¡Oh guardián de mi corazón!
Ya te fuiste y me dejaste
y por ti perdí la razón.
Ahora sueño en la mañana
contemplando una ilusión.
De tu cuerpo hiciste mármol
para librarme de esta prisión.
Agra, 13 se septiembre del 2005.
¡Amor para todos!

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