viernes, agosto 12, 2005

(Capitulo 2) DELI Y BANGALORE

Me desperté ligero, o sea, había dormido como un tronco. El cosquilleo en mi estomago era ya permanente. Bajé a tomar el desayuno. El comedor era como un enorme patio andaluz pero sin gazpacho. ¡Que pena! Como no quería empezar a castigar mi estomago con extrañas comidas, me limité a un huevo duro y un café pensando que durante el vuelo a Bangalore podría comer algo. Que iluso fui.

Llegué al aeropuerto, a la zona de vuelos domésticos y empecé a preocuparme ya que no veía ningún cartel donde pusiera el nombre de la compañía con la que iba a volar. Mi miedo provenía del hecho de que esta compañía la había encontrado en Internet y por casualidad. Encima, el vuelo que en otras compañías costaba 500€ en esta eran solo 80€. Pensé que todo había sido una broma de mal gusto de algún hacker de esos que campan a sus anchas por Internet. Pero mi estrella volvió y al final del aeropuerto vi un enorme cartel en rojo “SPICEJETque así se llamaba la compañía, algo como “VUELOPICANTE”, ya me dirás tú… Paró el taxi. No había puesto el pie en el suelo que mi mochila ya se encontraba en un carrito y era empujado por un “chaval” que me sonreía. No sabría decir su edad pero sí era evidente que tenía el Síndrome de Down. En la ventanilla de Spicejet había una molesta cola, pero cual fue mi sorpresa cuando mi sonriente portaequipajes, percatándose de mi molestia, cogió mi copia de la reserva, se salto la cola y, como el que no quiere la cosa, estampo el papel en la cara de la azafata de turno. Para que luego alguien me diga que un Síndrome de Down es un retrasado, el retrasado es quien piense así. Muy contento cogí mi billete y me despedí de mi salvador no sin antes darle 100 rupias ya que aquí es la moda y, porque no, el hombre se las merecía. Os puedo decir que no se si 100 rupias aquí es mucho o poco pero la sonrisa sincera y agradecida con la que me correspondió me hizo sentir bien, muy bien.

El día se las prometía felices. Entré en el vestíbulo, facturé la mochila y fui a esperar mi avión, sentado, dejando que la música de Frank Sinatra, nuestro querido Frank (del Nano y mió) siguiera alegrándome el día: “…the girl from Ipanema… she never looks at me…”. El vuelo salio con casi 3 horas de retraso debido a las lluvias e inundaciones que estaban azotando Bombay. Y yo con un hambre que… Allí me di cuenta que Spicejet era la Ryanair de la India. Las azafatas, muy indias y muy monas ellas, nos amenizaron el vuelo con una “botellita” de agua y una “bolsita” de patatas. Me temí lo peor y no me equivoqué. Le pregunté muy cortésmente a la azafata y en un tono casi de súplica, si iban a darnos algo más de comer. Ella sonrió, muy mona y muy india ella, y dijo: “Pues va a ser que no”.

Nooooooooooooooooooooooo! Sabía yo que tenia que haber desayunado fuerte.

Hubo una escala en Ahmedabad donde llovía a cantaros y más tarde me enteré que se estaba inundando. Me hizo gracia ver que bajo la lluvia, mientras estábamos aparcados, había un soldado al lado del avión con paraguas y fusil en ristre. Yo me preguntaba de que narices nos protegía, si del ataque de un tigre de bengala o quizás mi querido e ilustrado padre tenia razón y las cobras son tan peligrosas que… ¡Vaya tontería!

Eran casi las 8 de la tarde, 3 horas más tarde de lo previsto, cuando llegaba a Bangalore. Dicen que es la “Silicon Valley” de la India pero todavía busco la similitud, más bien debe ser una metáfora porque ¡vaya desastre de ciudad! Todo iba bien hasta que llegué a la estación de trenes. Aquello si que era un caos. El edificio, que parecía “nuevo”, estaba abarrotado de gente gritando (como no) y de ventanillas donde se suponía iba a comprar mi billete a Anantapur. Fue imposible. Si alguien alguna vez se ha sentido solo allí se hubiera sentido como en una isla desierta. Era el único occidental en muchos kilómetros a la redonda. Nadie me hacia caso y nadie hablaba ingles.

Estaba cansado y era tarde por lo que decidí intentarlo al día siguiente. Busqué un hotel en mi guía (menos mal que la llevaba) y encontré uno que parecía estar bien. Como no iba a estar bien si era un 5 estrellas. Pero no quería arriesgarme a volver a encontrar “compañeros de habitación inesperados” y, ¡que narices! para eso llevo la visa. Cogí un “Rickshaw” que es algo así como un vespino pero con tres ruedas y tapado. Con este artilugio nos adentramos en un caos circulatorio que, a la vez, era un mar de polución. ¡Dios mió que viaje! Íbamos a toda velocidad esquivando gente, coches, carros y lo que se nos pusiera por delante. Y yo que pensaba que mi hermano Oscar era lo más peligroso que había a un volante. Aparcamos delante del hotel. Habitación, cena y a dormir que ya no podía más.

Amor para todos!


1 comentario :

Anónimo dijo...

que bonitooooooooooooooooooooo!!!!!