jueves, noviembre 03, 2005

(Capitulo 15)

Hoy os voy a contar una de dioses.

Los personajes:

Shiva: el creador, el gran Dios.

Parvathi: Diosa mujer de Shiva.

Ganesh: hijo de Parvathi y también es un Dios.

“Era un día de verano de esos en los que el calor aprieta de lo lindo y Parvathi que sudaba como una condenada decidió darse un baño. Como no quería ser molestada le pidió a su hijo Ganesh que vigilara en la puerta y que no dejara entrar a nadie bajo ningún concepto. Parvathi se fue a bañar y Ganesh se quedó haciendo guardia. A todo esto, Shiva que pasaba por allí, le dio por ir a ver que hacía su querida mujer. Fue hacia la puerta y cuando iba a entrar Ganesh le salió al paso diciéndole que no podía ver a Parvathi, que su santa madre no quería ser molestada. Para que dijo nada el pobre Ganesh. Shiva, que debía ir de un calentón subido y con ganas de echarle un kiki a Parvathi, ni corto ni perezoso sacó su espada y le cortó la cabeza al bueno de Ganesh. -A mí con gilipolleces el niñato este- debió pensar Shiva. Cuando Parvathi salió del baño y vio el cuadro se puso a llorar como una descosida. Shiva que en el fondo, muy en el fondo, era un sentimental se apiadó de su mujer y le dijo que fuera al bosque y escogiera la cabeza del animal que más le gustara que se la pondría a Ganesh. Parvathi se fue al bosque y volvió con la cabeza de un elefante (también vaya gusto el de esta mujer). Shiva cumplió su palabra y Ganesh recuperó la vida y se le quedó cara de elefante. Y colorín colorado…”

La historia que os he contado es tal y como a mí me la explicaron, bueno, en realidad no es exactamente así. He respetado el fondo de la trama y le he añadido un toquecillo personal. Ahora, si veis un Dios hindú con cara de elefante ya sabéis que es Ganesh y el por qué de su trompa. Espero que los dioses perdonen mi atrevimiento porque como Shiva se enfade…

Ya que estamos con el tema de la culturilla hindú os voy a contar alguna de las cosas que hemos importado de la India y que, a lo mejor, no lo sabíais. Una de esas cosas que hemos copiado, mejor dicho, que habéis copiado las mujeres occidentales, o sea, vosotras que me estáis leyendo, es lo de la cadenita en el tobillo. Que sepáis que es una tradición india pero con un pequeño matiz y no me invento nada, y es que se deben llevar dos tobilleras y no una como lleváis vosotras. Una en cada tobillo. Fernanda que como vosotras no lo sabía iba un día muy contenta por quirófano cuando sus queridas amigas las enfermeras indias se le quedaron mirando el tobillo con cara descompuesta y le dijeron: “¡Fernanda! Tienes que ponerte dos tobilleras. Una tobillera solo la llevan las que son un poco víboras.” Vaya planchazo se llevó mi pobre Fernanda. Después de esta explicación todo me ha quedado más claro con respecto a vosotras las occidentales (ja ja ja). Bromas a parte (espero que no me lo tengáis muy en cuenta) otra de las tradiciones de aquí es la de llevar anillos en los dedos de los pies. Pues bien, aquí se llevan solo en el segundo dedo y en ambos pies. Y, ¿sabéis que significa que una mujer lleve esos anillos en los pies? Ni más ni menos que está casada. Cuantos más años de casada, más anillos puede llevar en los pies.

Otro detalle que me ha hecho mucha gracia es el de la moda. Es curioso ver la metamorfosis que sufren los occidentales al venir a la India. Ellos llegan con sus pantalones tejanos, sus camisetas de marca. Ellas con sus minifaldas y sus tacones. Y al día siguiente los ves y parece que hayan salido de una comuna hippie de los años 60. Y no voy a hablar muy alto porque menudas pintas llevo yo también. En cambio los indios y digo indios y no indias, intentan ir vestidos al modo occidental, tejano y camiseta o camisa pero con una sutil diferencia y es que lo de combinar colores no lo llevan muy bien. No había viso camisas tan raras y estridentes en toda mi vida. Son como actores de una película de los años 70 de cuando fiebre del sábado noche y demás pelis por el estilo. Por el contrario, las indias van vestidas al modo tradicional, saris de mil colores y están pero que muy guapas.

Ahora que ya os habéis familiarizado con las costumbres indias voy a volver a mi historia.

Otro de los sitios que valía la pena visitar cerca de Anantapur es Putaparthi. Ya sé que el nombre se las trae pero os juro que es así y sino mirar el mapa de la India y al sureste de Anantapur, a unos 50 km. la encontrareis.

Podría parecer que Putaparthi es un sitio donde la juerga es continua y los afters surgen del suelo como setas. Nada más lejos de la realidad. Putaparthi es una ciudad de peregrinaje. Hace unos años era un pueblecito pero desde que se instaló el “Sai Baba” aquello es otra cosa. ¿Y quién es ese Sai Baba? Según la creencia hindú Sai Baba es el Dios Shiva que ha tomado la forma de hombre y son los brahmanes u hombres santos los que deben reconocer al Sai Baba a través de una serie de hechos milagrosos. Si no recuerdo mal hasta la fecha han habido dos y este sería el tercero. Subrayo lo de “sería” puesto que el hombre en cuestión es algo “especial”. Ha sido él mismo el que se ha autoproclamado Sai Baba.

Pero volviendo a nuestra historia, un sábado después de nuestra ronda matutina por el hospital cogimos el coche y fuimos a Putaparthi. La carretera era tan mala como de costumbre. Nuestra sorpresa llegó cuando faltaban unos 5 km. De pronto, lo que hasta entonces era un camino de cabras se convirtió en una carretera en toda regla, con sus marcas en el suelo y demás, vamos, todo un lujo para la India. Pero las sorpresas no acabaron allí. Justo al entrar al pueblo estaba el aeropuerto privado del Sai Baba. Como lo oís, aeropuerto privado con helicóptero incluido. Más adelante nos encontramos el hospital. ¡Y que hospital! Parecía un palacio digno de las mil y una noches. Era inmenso. La pena es que no dejaban entrar visitas y nos quedamos con las ganas de verlo por dentro ya que si hacia justicia a lo que se veía desde fuera nos iba a faltar tiempo para pedir trabajo: “Hola, muy buenas. Mire usted es que somos un traumatólogo un fisioterapeuta y una enfermera y nos preguntábamos si habría algún trabajillo para nosotros.”

Visto que en el hospital palacio no teníamos futuro seguimos nuestro camino. Las sorpresas venían una detrás de otra y los edificios eran a cual más fastuoso. La universidad era un conjunto de edificios de lo más moderno. La escuela de música estaba rodeada de enormes instrumentos. Eran guitarras, timbales, cítaras de proporciones desmesuradas. Todo lo que estábamos viendo nos pareció a los tres como un poco “demasiado”. A lo lejos, encima de una colina a nuestra izquierda, vimos una especie de palacete que llamó nuestra atención. Le preguntamos a Beemha si sabía que era aquello y nos dijo que era el museo del Sai Baba. ¿Museo del Sai Baba? Me preguntaba que narices podía coleccionar como para tener un museo propio. Decidimos ir a ver que es lo que allí se cocía. Nada más llegar tuvimos que dejar todas nuestras pertenencias incluidas las sandalias, en definitiva, nos dejaron con lo puesto. Pero ahí no acabó todo, al llegar a la puerta principal nos hicieron esperar sentados en el suelo y nos dividieron en dos grupos, uno de hombres y otro de mujeres así que nos despedimos de Fernanda y la dejamos sola ante el peligro. Empezó la excursión y tanto Chicho como yo no salíamos de nuestro asombro. Todo aquel “museo” era una “oda a si mismo”. Era la mayor estupidez que había visto en mi vida. Eran fotos del supuesto Sai Baba, de pequeño, de mayor, ahora con la raya del pelo a un lado, ahora con el pelo a lo afro. El hombre debe tener unos 80 años y de joven estuvo en Estados Unidos en la época en la que drogarse estaba bien visto y era moda. Pues yo creo que el hombre debió pegarse un colocón de aquí te espero y aun le dura. Lo que íbamos viendo eran descripciones de supuestos milagros que el “Sai Baba” había perpetrado, que si había hecho esto, que si había hecho lo otro, que un milagro por aquí, que si otro por allá. Tenia ganas de salir de allí corriendo pero también quería seguir viendo en que acababa semejante chaladura. Rematando el cuadro había un montón de gente que pertenecía al personal del museo venidos de todas partes del mundo. Vestían unos ridículos atuendos con los colores de sus respectivos países. Los había de Honduras, Tailandia, Méjico pero sobre todo de USA. ¡Que ridículos estaban! Más tarde me enteré de que toda esa gente había donado casi todo lo que tenían al Sai Baba para unirse a su grupo de fieles y vivir junto a él. Así hasta yo tengo aeropuerto privado.

Por las calles te encontrabas un montón de occidentales vestidos de blanco y con una medallita colgando de sus cuellos con la cara del Sai Baba. Entonces comprendí porque me miraban mal, yo iba vestido de negro y empecé a pensar que todo aquello era una película de miedo y que de un momento a otro alguien me iba a inyectar algo y me iba a convertir a su “secta” Menos mal que no fue así.

Unos días más tarde le preguntamos al bueno de Vicens Ferrer que qué pensaba del “Sai Baba” y para nuestro asombro respondió que las veces que había hablado con él sintió que era “diferente” al resto, que había algo en él que no sabía explicar. Nos quedamos de piedra.

Por decir algo en favor del supuesto Sai Baba diré que ha donado bastante dinero para obras benéficas y demás, lo cual está muy bien pero con la pasta que tiene también hago yo un montón de donaciones. De todas maneras no comulgo con alguien que va por ahí sacando “huevos de oro” de su boca, pone detectores de metales por toda la ciudad porque cree que alguien lo quiere matar y convierte los relojes de plástico en Rólex de oro. Al que me contó esto último le pregunté: “¿Cuándo dices Rólex te refieres a la marca suiza Rólex?” y me respondió que sí. Ahora todo me cuadraba, pues como no iba a tener pasta el condenado si aparte de lo que les saca a sus “seguidores” está patrocinado por Rólex.

De esta pequeña historia saqué dos cosas. La primera es que los humanos somos “gilipollas” y nos creemos al primero que saca “huevos de oro por la boca” solo porque nos ha prometido una pequeña parcelita en el cielo con vistas al paraíso. Y la segunda es que valió la pena ir al sitio ese porque al haber tanto occidental había restaurantes en lo que servían comida de la nuestra y me pegué el festín gracias al Sai Baba.

Moraleja:

“la verdad solo se encuentra en nuestro corazón”

¡Amor para todos!

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