martes, octubre 25, 2005

(Capitulo 13)

¡NAMASTHE!
Que bonita palabra. Con ella puedes decir muchas cosas como buenos días, buenas noches, hola, adiós. Los hindis no diferencian si es por la mañana o por la noche, para ellos un saludo no depende de que momento del día sea. Namasthe es sinónimo de fraternidad, de cariño, de respeto hacia el prójimo. Solo hay que traducirla al castellano para entender que quiero decir: “que mi luz interior ilumine tu luz interior”. A que es precioso.
En todos mis viajes intento aprender alguna palabra en el idioma del país, aunque en este en el que estoy es un poco difícil ya que el hindi se las trae y, además, tienen un montón de dialectos como el teluru que es el que se habla en Anantapur. Permitirme que os enseñe unas cuantas palabrejas de las que uso a diario:
· Panko: túmbate (esta se la digo a los pacientes, ¡malpensados!)
· Naogu: sonríe (muy útil con los niños)
· Sucriya: gracias
· Ketela: ¿Cuánto cuesta?
· Babu: colega, tío, tronco
· Tata: adiós
La gente siempre te agradece que intentes hablar su lengua, sea el país que sea y seguro que así arrancas alguna que otra sonrisa lo que nunca va mal.
Dicho esto os contaré un poco más de mi transcurrir por aquí. La historia de hoy comienza una mañana de no sé que día (he perdido la cuenta) en la que antes de ir a trabajar, como de costumbre, fuimos a visitar un pequeño pueblo en el que teníamos que inaugurar unas casas en representación de la Fundación ya que esta las había donado a dalits discapacitados. Para la gente del pueblo fue todo un acontecimiento. Nada más llegar un grupo de músicos nos esperaba tocando sin parar, poniendo la nota festiva a la ceremonia con un ritmo pegadizo que un poco más y me pongo a bailar allí en medio (como lo echo de menos). Nos pusieron unos collares de flores, que es la manera que tienen de darte la bienvenida y también nos pintaron en la frente el típico punto rojo y amarillo que tanto caracteriza a los hindis. Había que vernos las pintas, nos mirábamos y reíamos. Chicho parecía un buda occidental con su calva, Fernanda estaba encantada con tanta flor colgándole y yo, pues eso, disfrutando del momento. Nos dirigimos a la primera casa que teníamos que inaugurar. Todo el pueblo nos seguía, nos rodeaba y nos miraba con curiosidad y admiración “el hombre blanco ha venido a su poblado”. Sé que suena a chorrada pero es lo que ellos sienten. Ya os lo conté una vez, sienten mucho respeto por la gente que viene de tan lejos para intentar ayudarles y saben que no cobras nada ya que no tienen nada que darte sino una sonrisa de gratitud. Para mí, y se que para el resto de mis compañeros también, esa sonrisa no se cambia ni por todo el oro del mundo.
Entre jarana y jolgorio llegamos a la casa. El afortunado era un joven de unos veinte y pocos años con poliomielitis, que para desplazarse necesitaba un triciclo y por donde no cabía el triciclo se arrastraba. No sintáis pena por él, aunque no se pueda poner erguido es feliz porque está vivo y se puede valer por si mismo, además, el sol también sale por él. Nos saludó como saluda la gente que te agradece algo, emocionado. La ceremonia consistió en romper un coco contra el suelo, justo enfrente de la puerta para después cortar una cinta que la atravesaba. Finalmente entrabas en la casa mientras todo el pueblo aplaudía con entusiasmo pero, ten cuidado en fijarte con que pie entras ya que lo debes hacer con el derecho pues no son poco supersticiosos mis amigos indios. Una vez dentro la familia del agraciado te enseñaba la casa. Era una construcción sencilla de dos habitaciones y un cuarto de baño. Podría parecer una casita “ridícula” pero para ellos es toda una mansión. Tras la visita te hacían sentar en el porche justo delante de todo el pueblo, entonces te empezaban a traer todo tipo de comestibles: galletas, agua de coco, dulces de coco, etc. Es su manera de darte las gracias y tú te sientes un poco avergonzado no solo porque te agasajen de esa manera sino porque tienes todo un pueblo delante de ti, mirándote, pendiente de cada uno de tus movimientos, como si fueras alguien importante y eso da un poquillo de cosa, ¿no?
Y así fue pasando la mañana, una casa tras otra, los mismos rituales, los mismos cumplimientos, las mismas miradas. Nosotros nos fuimos turnando con eso del coco y la cinta y cada uno de los tres tuvo su momento de gloria. La parte en la que más disfrutaba era el paseíllo entre casa y casa ya que los músicos volvían a tocar y la gente reía y bailaba a tu alrededor. A mi mente vino el estribillo de una inolvidable canción de Gabinete Galigari: “tócala uli una vez más, donde te encuentres allí el ritmo no parara”. A mi lado, sin separarse de mí, tenía un grupito de 4 ò 5 chiquillas que se disputaban mi mano. Hubo una vez que llegué a notar hasta 4 pequeñas y suaves manitas cogiéndome y llevándome en volandas por el pueblo hasta la siguiente parada. ¡Pues no iba yo contento!
Pero como todo lo que empieza se acaba, nuestra pequeña historia llegó a su fin. Vuelta al coche, fotos de rigor con la gente. Incluso alguna madre me hizo sostener en brazos a su pequeño bebé y anda que le iba a decir que no. Encantado de la vida cogía en brazos a esas monadas de criaturas. Como pudimos subimos al coche y emprendimos la marcha. Los niños corrían detrás de nosotros alzando sus pequeñas y huesudas manos en señal de saludo y, sonriendo nos decían: “tata” “tata”.
Ese día el trabajo se hizo más llevadero.

Otra de esas tardes que no teníamos nada especial que hacer después del trabajo, decidimos ir a visitar el centro de natalidad que la Fundación tiene a las afueras de Anantapur. Yo no me encontraba recuperado del todo y H.D.P volvía a hacer acto de presencia en forma de fiebre, unas decimillas de nada que no iban impedir que fuera de excursión. La atracción del lugar es el baño de los bebés, no por el baño en si, sino por el ritual que siguen al hacerlo. Fue muy curioso ver como las abuelas, porque son las abuelas y no las madres las que bañan a los bebes, realizaban el ritual. Este se lleva a cabo en el patio central donde hay, colocados en hileras, una serie de 8 o 9 grifos. Las abuelas se sientan delante con el bebé entre las piernas, abren el chorro y, ¡a lavar al niño! Lo frotan de arriba abajo y luego le hacen una especie de masaje empezando por la cabeza y acabando en los pies. Al principio te da cosa verlo porque parece que los vayan a romper pero, a medida que pasa el tiempo, te das cuenta de que las abuelas saben lo que se hacen. Cuando acabaron de secarlos y como nosotros seguíamos contemplándolas y haciendo fotos, se nos acercaron e insistieron en que cogiéramos a los bebés en brazos. No cabía en mi gozo, un bebe tras otro iban a parar a mis manos. Mi instinto paternal estaba a flor de piel, estuve casi a punto de llevarme uno de esos pequeños trocitos de amor conmigo. Yo posaba foto tras foto ya que hicimos un montón, el momento lo valía y las abuelas disfrutaban viendo el retrato de su retoño en la pantalla de la cámara. Estaba disfrutando tanto que ni me acordaba de la fiebre. Al final, muy a mi pesar tuve que devolver esas criaturas a sus abuelas. Además era tarde, al día siguiente había que volver a madrugar y mi cuerpo serrano me pedía a gritos una cama.

¡Amor para todos!

miércoles, octubre 19, 2005

(Capitulo 12)

Pues sí, mis temores se hicieron realidad y ya por la mañana empecé a encontrarme mal pero con energía suficiente como para ir a trabajar. No quería caer enfermo, por supuesto que no y menos sabiendo que el viernes teníamos una gran cena. Pablo, nuestro querido fotógrafo argentino, se había ofrecido a preparar un cordero al estilo de la Pampa y eso no me lo podía perder por nada del mundo. Además, junto a Chicho nos habíamos presentado voluntarios para preparar una sangría, un pedazo de sangría al estilo patrio y no iba a dejar a Chicho sólo. Pero al llegar al hospital y a medida que pasaba el tiempo me iba encontrando peor. Chicho y Fernanda se fueron a quirófano y yo me quedé en el workshop pasando consulta. Cada vez tenía más calor. Notaba como la fiebre iba subiendo y subiendo y yo sabía porque era. Era el famoso virus que ha afectado, afecta y afectará a todos los voluntarios que pasamos por La India. Tarde o temprano caes en sus garras, en mi caso creo que fue amor a primera vista. Él me vio, yo le miré y de mi se enamoró. Desde ese momento no me dejó ni a sol ni a sombra. Yo le decía que no le quería pero el insistía que era amor de verdad. Y la fiebre siguió subiendo y subiendo hasta que ya no pude más y le pedí a Beemha que me llevara al campamento. Solo quería tumbarme y dejar que el virus siguiera su camino. Llegué a la habitación y a duras penas conseguí dejarme caer en la cama no sin antes, utilizando las únicas energías que me quedaban, poner música. Ya podía estar a 40 de fiebre que la música no iba a dejar de sonar. Y la fiebre subió y me hizo desvariar. Hacía mucho calor pero aun así hice callar al ventilador, le grité que parara, que ya no podía soporta ese infernal ruido al girar y girar. Luego me arrepentí y le pedí perdón por haberle gritado, pero eso fue cuando la fiebre desapareció. Y seguí desvariando y mi virus y yo nos deslizamos por la pista de baile como Fred Aster y Ginger Rogers con la música de Jamie Cullum de fondo.
Decidí ponerle nombre a mi nuevo “amor” y desde ese momento el virus pasó a llamarse H.D.P (no hace falta mucha imaginación para adivinar que quiere decir). Es más, si algún día venís a Anantapur y alguien os dice: “vigila con el H.D.P” ya sabéis a quien se refiere.
Y H.D.P y yo seguimos con nuestra relación, no recíproca ya que yo no la deseaba pero él insistía con fervor. Mientras, Jamie decía: “What a difference a day made, and the difference is you… is you”
Ahora podreis entender porque hablamos de lo que hablamos los voluntarios en el campamento. La charla empieza por dar el parte de los afectados por H.D.P. Siempre hay alguien que se ha rendido a sus pies. Desde el más débil al más fuerte todos hemos pasado por sus brazos. Luego la conversación sigue sobre el tipo, color y asiduidad de… ¡nuestras defecaciones! Ya se que no suena muy bien pero son el primer indicador de que H.D.P se ha encaprichado de ti. Si alguien dice: “pues hoy he ido al lavabo y solo me salía agua”. ¡Ya está! Ha caído bajo los efectos de H.D.P. También he cambiado lo de “voy corriendo al lavabo que me voy por las patas abajo” por “voy corriendo a sacar a pasear a H.D.P” ya que queda más bonito aunque el resultado huela igual de mal.
Nuestra relación seguía adelante. De la cama al lavabo y del lavabo a la cama. La comida ni probarla y suerte de la gente que de vez en cuando me venían a hacer compañía. Algunos diréis: “pero si eso no es nada, que es un simple virus” ¡Y UN HUEVO! Esto hay que vivirlo para entenderlo. Que fácil es hablar en la distancia.
El día del cordero se acercaba y yo insistía a H.D.P que se buscara a otro, que lo nuestro no tenia futuro, que yo no era un buen partido. No se si me creyó o qué pero el viernes me encontré mucho mejor y ya por la tarde pude ir con Chicho a comprar lo necesario. En el campamento se respiraba alegría, todo el mundo sonreía ya que iba a ser una noche memorable.
La cena empezaría a las 9 y quedé con chicho que a las 8 haríamos la sangría. Como tenía tiempo y, por supuesto, yo me había ofrecido a ello, empecé a hacer una recopilación de música para luego ponerla en la biblioteca que después de la cena iba a ser nuestra discoteca particular.
Chicho empezó a mezclar los condimentos y yo, por echarle una mano, empecé a catar el resultado para dar el visto bueno. Y como el que la hace la prueba, Chicho, Fernanda y yo, vaso va vaso viene, llegamos a la cena con el puntillo puesto.
A la mesa éramos unos 25. Las chicas se habían pintado la cara al estilo de las bailarinas indias lo que le dio un color especial a la cena.
No tengo palabras para definir como estaba el cordero. Un poco más y en vez de chuparme los dedos me chupo el brazo, el mió y el del de al lado. Hasta el bueno de Vicens Ferrer se acercó a conocer al cordero y nos deleitó con una charla de las suyas de esas que te hacen reír un buen rato. Para rematar la faena José Luís, que es un farmacéutico de Peñafiel, se trajo una botellita de vino de Ribera del Duero que para que os quiero contar. Para el que no lo sepa Peñafiel es la cuna de los vinos de Ribera del Duero. Cuna de caldos tan famosos como “Vega Sicilia”, “Protos” o “Pesquera”, pero mejor dejo de hablar de vinos que no sabéis como se echan de menos aquí.
Por desgracia el pobre cordero desapareció entre bocado y bocado y unos cuantos, los más marchosos, fuimos a nuestra improvisada discoteca. Entre risas y bailoteos se hicieron las 3 de la mañana y como aquí el sábado se trabaja no había porque forzar la máquina. Soy de los que piensa que siempre es mejor acabar la noche cuando aun la estás disfrutando y no estar arrastrándose hasta las tantas de la mañana como más de uno y una hacéis, ¡qué yo lo se! pero vosotros sabréis. Yo cogí el portante y me fui a dormir con la alegría en el cuerpo. ¡Que poco me duró! Al día siguiente H.D.P, que yo lo creía con otro, volvió a hacer mella en mí.
Como apunte final solo deciros que nuestro idilio siguió, a trancas y barrancas, durante bastante tiempo, el justo para quedarme en los huesos.


¡Amor para todos!

viernes, octubre 14, 2005

(Capitulo 11)

Todo seguía su curso, pacientes, quirófano, cervezas y charlas a la luz de la luna. Pero este fin de semana iba a ser diferente. Era un fin de semana de esos que llamamos “largo” puesto que el lunes era el día de la independencia de La India y, además, era mi cumpleaños. El primero de mi vida lejos de mi gente y muy lejos de mi casa.
Casi todo el mundo hacia planes de adonde ir de excursión ya que dos días daban para mucho y sólo el equipo médico no pensaba en ello puesto que nos hacían ir a trabajar el lunes. No me lo podía creer, era el día de la Independencia, era fiesta en todo el país y nosotros los sanitarios a currar. Tampoco es que me molestara mucho pero iba a ser la primera vez en toda mi vida que trabajaría ese día tan señalado. ¡Que se le va a hacer!
Unos decidieron ir a Hampi, otros a Hyderabad, otros a… ¡que más daba! No es que me importara quedarme casi sólo, es que ya me había acostumbrado a estar rodeado de muchos y muy buenos amigos ese día tan especial para mí. Si he de ser sincero, y hasta ahora lo he sido, estaba un poco triste. Durante mucho tiempo tanto mis amigos como yo hemos esperado el 15 de agosto como agua de mayo para montar la gorda. Estos últimos 20 años las hemos hecho de todos los colores. Grandes y multitudinarias sangriadas en la playa, fiestas en algún chalet con piscina y música hasta las tantas de la mañana. ¡Que tiempos! Seguro que alguno de vosotros al leer esto sonreiréis picaronamente al recordar esos momentos que hemos pasado juntos y que, aquí y ahora, prometo que el año que viene volverán a repetirse.
El viernes dio paso al sábado y la gente fue desapareciendo paulatinamente en pequeños grupos y en distintas direcciones. Me aislé con mi música y con este mi diario que va conmigo a todas partes y que tanta compañía me hace ya que es mi único vínculo con vosotros. Pasé el fin de semana entre letras y canciones. Iba escribiendo y la melancolía iba poniendo la música por mí. Mi bolígrafo escribía al son de “La chica de ayer”, “Camino Soria”, “Alma de blues”, “Lobo hombre en Paris”. Y los Ketama, Nacha pop, Presuntos implicados, La unión y muchos otros se unieron a mi alrededor formando un gran corro de recuerdos y, aunque la tristeza me rondaba, de vez en cuando una sonrisa asomaba en mi rostro recordando esos tiempos.
Sonó el despertado. Eran las 7 de la mañana y me levanté como siempre, de un salto y con ganas de afrontar un nuevo día. Nada había cambiado. Me había ido a dormir con 35 agostos a mis espaldas y me levanté con 36. Me miré al espejo y sonreí de satisfacción, seguía siendo el chaval de siempre, con 36 tacos pero con unas ganas inmensas de seguir viviendo la vida de la manera que estaba aprendiendo a hacerlo en La India, con ganas y alegría. La vida hay que tenerla como un buen amigo, como tu mejor amigo y tienes que ir con ella de la mano, ni delante ni detrás, a su lado, pisando por donde ella pisa y disfrutando de cada paso. Así debe ser y así será.
Chicho y Fernanda me felicitaron y se echaron unas risas a mi costa. Ya sabéis, los tirones de oreja de rigor, que si ya estas para vestir santos que si… Antes de ir al hospital asistimos a la ceremonia de izar la bandera y un grupo de escolares cantaron el himno de La India de una manera enternecedora. A mí se me caía la baba viendo a esos pequeños diablillos cantando con tanto orgullo y tan satisfechos de ver que los mirábamos y les aplaudíamos al final de su actuación. Tras ese corto pero emotivo acto patriótico nos fuimos a trabajar e hicimos lo que habíamos venido a hacer, como siempre y de la misma manera. Eso no tenía porque cambiar.
De vuelta al campamento les recordé a Chicho y a Fernanda que esa noche tocaba cena de cumpleaños y que de alguna manera había que pasar un buen rato. De escondidas me escapé a la ciudad y compré unas cuantas botellitas de ron, vodka y esas cosa que tanto se llevan en las fiestas de cumpleaños y así las risas estarían aseguradas. Antes de la hora convenida para ir al restaurante y para mi sorpresa empezaron a llegar los voluntarios de sus respectivas excursiones. Poco a poco se iba apuntando la gente y de ser una triste cena de tres almas pasó a ser una fiesta de cumpleaños de 14 personas. El tiempo volvía a atrás y el alboroto y las risas que siempre han decorado mi fiesta despertaron de su letargo como viejos amigos que no se olvidan de ti. Y así fue, comimos y reímos, bebimos y disfrutamos y yo, flotando por encima de todos ellos contemplaba el momento como si de un cuadro se tratara y sonreí de satisfacción y me alegré por ser como soy y por ver que esté donde esté siempre tendré buena gente a mi alrededor, que allí donde vaya siempre tendré alguien con quien disfrutar de un buen momento.
Como punto negativo hubo que lamentar una baja. Pues no se le ocurre otra cosa a mi cámara de fotos (debió ser la alegría del momento) que meterse una botella de ron entre pecho y espalda, tras lo cual murió de coma etílico y no se volvió a saber nada más de ella. Así que he tenido que comprar otra. ¡Vaya gracia!
Al irme a dormir me sentí raro, indispuesto y no era por el alcohol. Era un malestar diferente y me temí lo peor. Pero eso os lo contaré en el siguiente capítulo.

P.D.: a todos vosotros, que sepáis que el 15 de agosto del 2006 habrá una fiesta sonada. No se donde ni tan poco importa, la cuestión es que vayáis marcando esa fecha en vuestras agendas por que será un día para recordar y quiero teneros a todos conmigo.

¡Amor para todos!

martes, octubre 04, 2005

(Capitulo 10)

EL NIÑO DE LA MIRADA TRISTE

No se si la providencia existe o el destino está escrito en nuestras vidas, pero después de esta experiencia empiezo a creer en ello.
Como cada mañana habíamos ido a Bathalapalli a desayunar y ver a los pacientes que habían sido operados el día anterior, después solemos coger el coche camino a un, casi siempre, lejano poblado donde seguir viendo miserias. Pero ese día tuvimos que esperar más de la cuenta al coche y, mientras, paseábamos por los alrededores del hospital. Fue entonces cuando lo vi por primera vez. Mientras los demás niños jugaban y correteaban como es normal en ellos, él permanecía sentado, apartado del resto. No se si fue eso lo que me hizo fijar en él o fue su mirada. Era una mirada extraña, diferente, triste, en definitiva, era una mirada perdida en el horizonte y esa es la típica mirada de alguien con problemas, de alguien que intuye que algo va mal pero que nadie sabe decirle el qué. Me fijé más en él y vi que llevaba un sucio trapo atado a su pierna izquierda, justo por encima del tobillo y esa era una buena excusa para acercarme. Se sorprendió al verme. Creo que no se esperaba que un "hombre blanco" se preocupara por él, es triste pero es así. Su familia, al verme, vinieron corriendo y se formó un corro de gente a mi alrededor. Como pude di a entender que quería saber que le pasaba en la pierna y que si podía le ayudaría. Toda la gente que va al hospital saben que los "blancos" que estamos por allí nos dedicamos a la medicina y siempre intentan que les trates tú en lugar del sanitario indio de turno por lo que la familia empezó a darme una serie de explicaciones que, por supuesto, yo no entendí. Al final le quité el sucio trapo y vi que tenia una fuerte inflamación que le dolía mucho pero no se veía ninguna herida alrededor. Pregunté si se había caído y de ser así podría tener un hueso roto. Suerte que mi querido Beemha estaba por allí y me hizo de traductor. El hecho es que ni se había caído ni nada de nada. Un día, de repente, se había levantado con la pierna así y con mucho dolor pero de eso hacia casi 2 meses. Estuve un rato callado estrujándome los sesos para intentar imaginar que podía ser eso. Como Chicho andaba cerca lo llamé. Se acercó y no necesitó mucho tiempo para decirme:"esto tiene pinta de ser un osteosarcoma y en un estado avanzado" Me quede de piedra. El niño que tenía delante padecía de un tumor que si no se hacia nada de inmediato posiblemente acabaría con su vida. Yo no podía aceptarlo y le pregunté a Chicho si podíamos hacer algo. Me respondió que si el tumor no estaba tan avanzado como parecía se le podía amputar la pierna. Un mal menor pensé yo, antes cojo que en el otro lado. Chicho, como me veía preocupado me prometió que al volver de ver a los pacientes de turno en el pueblo que tocara, hablaría con el jefe medico indio para ver que se podía hacer.
Me pasé todo el viaje en silencio. En mi mente aparecía una y otra vez la mirada de ese niño del que ni siquiera sabía su nombre y el cabreo se iba apoderando de mí. No entendía como la vida era tan injusta, total era un niño con toda la vida por delante y bastante tenia con vivir en Anantapur y ser pobre para que encima ese ser caprichoso que llaman "Dios" permitiera que su vida fuera tan larga como un suspiro. El tiempo debió enterarse de lo que pasaba por que empezó a llover. Alguien, de niño, me explicó que cuando llueve es que los angelitos están tristes. Ahora soy mayor y sí me creo esa historia por que no es que estuviera lloviendo, no, en Anantapur el cielo llora de tristeza.
El día se me estaba haciendo eterno. Solo quería estar de vuelta en el hospital e intentar hacer alguna cosa.
Finalmente llegamos a Bathalapalli y fuimos a hablar con Sudhiri que es el director medico del hospital. Al principio nos hizo poco caso, como si esa guerra no fuera con él ya que era un pobre crió como tantos otros. Faltaba el canto de un duro para que lo cogiera del cuello y le… Menos mal que Chicho es un maestro en esto de la diplomacia y, a parte de tranquilizarme consiguió que Sudhiri tomara cartas en el asunto. Supongo que debió sorprenderle que nos tomáramos ese caso tan en serio, incluso Chicho llego a decirle que si hacia falta lo operaba él. Me sentí muy orgulloso de mi Chicho y una luz de esperanza asomó por donde antes solo había oscuridad.
Pasó un tiempo hasta que volví a saber algo del "niño de la mirada triste" y puedo deciros que finalmente fue enviado al hospital de Bangalore, que es mucho mejor que el nuestro y que allí recibió quimioterapia y le fue amputada la pierna izquierda. Pero, al menos, sabía que estaba VIVO.
No se si la providencia hizo que ese día me fijara en él. Tampoco quiero decir que gracias a nosotros ese crió fuera tratado de una manera especial. Solo se que mi conciencia y mi corazón dicen que hice lo que debía hacer y yo me encuentro muy bien por ello.
Ese día me fui a dormir tranquilo pero triste a la vez ya que este tipo de cosas son las que te hacen ver que injusta es la vida y, del mismo modo, ver cuan corta y caprichosa puede ser.
Permitirme un consejo: "aprovechar cada momento de vuestra vida como si del ultimo se tratara"

¡Amor para todos!