viernes, septiembre 23, 2005

(Capitulo 9)

Pasados los primeros días en los que todo era nuevo y emocionante la semana se hizo monótona, no por pesada o aburrida sino porque cada día era un poco más de lo mismo. Seguía siendo testigo de lo dura que es la vida en esta provincia, posiblemente la más pobre de La India. Día a día asistía impasible al dantesco espectáculo que era ver pacientes. Pero como humanos que somos al final te acostumbras a todo y si encima haces algo por ellos pues lo llevas mejor.

Otra historia ha sido mi lucha diaria por la fisioterapia en la Fundación ya que brilla por su ausencia. Tanto Mutu como Naga se han habituado a tirar de la cirugía como el que receta una aspirina. Que te duele el pie, pues a quirófano. Que hay que ganarle unos grados a la rodilla, pues a quirófano. Y eso no es así. Los pacientes son seres humanos y si podemos ahorrarles el mal trago de pasar por quirófano, mejor. Para mí ha sido triste ver como la cirugía le ha quitado el sitio a la rehabilitación. Los fisios de aquí se han mal acostumbrado a la rapidez de resultados de la cirugía. Sí que es verdad que lo que en fisioterapia tardas meses con la cirugía un par de cortecitos y ya está. ¡Pero señores intentemos ahorrar algo de sufrimiento a esta gente que bastante tienen ya!

Dejando de lado mi guerra particular el resto de cosas han sido más agradables. He ido conociendo un poco más a cada uno de los voluntarios y ya se sabe, la cabra tira al monte y Dios los cría y ellos se juntan, que traducido al cristiano quiere decir que siempre te caen mejor unos más que otros y vas haciendo tu grupito. ¡Misterios de las relaciones humanas! Aparte de Chicho y Fernanda que son como mi familia en la India hay un par de voluntarios que me gustaría que conocierais. En primer lugar esta Ariadna que si recordáis es el primer voluntario que conocí. Es alta y delgada como un palo de escoba. Morena de pelo ondulado ni largo ni corto que casi siempre lleva recogido en un pequeño moño. Es de Girona, ingeniero industrial de unos 25 años y como persona es genial. Es el tipo de mujer que te encantaría tener como amiga. Ahora que todo es un recuerdo en mi memoria hecho de menos nuestras charlas sobre cualquier tema. También hemos compartido malos momentos ya que aquí un día u otro tienes el bajón y tener alguien a tu lado con quien desahogarte no tiene precio. Lo mejor de todo es que sé que tengo una buena amiga para mucho tiempo.

El otro voluntario que quiero que conozcáis es Jordi. También es alto y delgado y también es de Girona aunque él es arquitecto. Es un buen tío, poco hablador pero lo poco que dice es con sustancia. Me hubiera gustado compartir algo más de tiempo con él pero seguro que el futuro me brindará la oportunidad de ello.

Estoy convencido de que más de un mal pensado, y sé que si digo sus nombres acertaré, habrá dicho: “me juego el cuello a que Fran le ha tirado los trastos a Ariadna” Pues se equivoca. Yo sigo con mi vida casi de “Lama” y ahora he empezado con lo de ser celestino porque si en algo me he empeñado desde que estoy aquí es en que Ariadna y Jordi acaben juntos. Sí, ya se que soy un poco maruja pero es que yo también tengo mi lado femenino y desde un principio vi claro que estos dos se gustaban pero que la timidez les podía. Y ahí entro yo en escena. Cual cupido caprichoso he lanzado mis flechas a diestro y siniestro. Por ahora el resultado no es que sea el que yo me esperaba pero tiempo al tiempo y el que espera recoge(o se cansa, no se yo).

Amoríos y demás cantinelas aparte hubo otra cosa que me hizo más amena la semana y fue que el equipo médico “from Spain” había organizado una excursión a Hampi y quieras o no la perspectiva de pasar un fin de semana lejos de esta miseria me hacía ilusión. Hampi es un sitio muy especial para los hindis, es una especie de ciudad santuario a unas 4 horas en coche de aquí. Total, el fin de semana llegó y todo el grupo, Chicho, Fernanda, Robert, Paco, Adriana, su hermano, Sergi y yo montamos en nuestros coches alquilados y andando que es gerundio. Y como la perfección es algo que dista mucho de ser humano, nuestro viaje no iba a ser perfecto y tuvimos un pinchazo. Algo sin importancia que, además, nos sirvió para aprender algo y es que el tiempo en la India es, aparte de relativo, diferente. Con ello quiero decir que si un indio, como nuestro conductor, te dice que en 15 minutos el pinchazo está solucionado eso quiere decir que como mínimo vas a esperar una hora. Desde ese momento en adelante cada vez que algún nativo me decía la duración de algo yo le preguntaba: “¿en tiempo indio o europeo?” Anécdotas a un lado el viaje siguió su curso. Yo me traje mi música, ¡cómo no!, para amenizar la excursión a mis compañeros y los adelantamientos temerosos casi rozando el desastre, los volantazos y frenazos típicos en las carreteras indias se hicieron más llevaderos al son de U2.

Llegamos Hampi a la hora de comer y fuimos a un restaurante a orillas del río Tungabhadra que alguien nos había aconsejado. No se equivocó. La comida fue tan buena como el paisaje. Desde nuestra mesa veíamos el río avanzar “cadencioso y sin parar” por entre árboles y templos. El verde de las palmeras se combinaba a la perfección con el rojo de los antiguos edificios mientras los rayos de sol jugueteaban en las azules aguas del rió haciendo que sus brillantes destellos se repartieran por doquier convirtiendo el paisaje en una fantasía digna del mejor sueño. ¿Qué más se puede pedir?...

Hampi se divide en dos, una parte en cada orilla. La pena es que a la otra orilla no se podía pasar debido a que las lluvias que el monzón había dejado tras de si muy amablemente, habían aumentado el caudal del río de una manera peligrosa y las típicas barcas que lo cruzan permanecían varadas en la orilla, tediosas y aburridas mientras sus barqueros veían como se les esfumaba el negocio. ¡Pobres!

La orilla en la que nos encontrábamos estaba dominada por uno de los muchos templos que por allí había, concretamente el más alto de todos. Era de forma piramidal al estilo de los templos mayas y aztecas que si no es porque sabía que estaba en la India hubiera jurado que estaba en Méjico. Desde el templo y hasta un pequeño promontorio que había enfrente se extendía la avenida principal bordeada de pequeñas tiendas donde se vendía todo tipo de artesanía india. Les faltó tiempo a Chicho y a Fernanda para practicar su deporte preferido el “shopping”. Ya a las afueras del pueblo se encontraban, repartidos por doquier, diferentes edificaciones como la casa del rey, los baños de la reina, el templo al Dios Ganesh, el templo de la música, etc. Y ahora una pequeña lección de historia: resulta que hace muchos, muchos años, incluso antes de que yo naciera, Hampi había sido la capital del reino del sur. Había sido rica y próspera hasta que los queridos hijos de Mahoma la invadieron dejándola casi en ruinas.

El atardecer fue precioso. El sol se dejo caer a un lado cansado de brillar y desapareció por entre las aguas del río sumergiéndose en un merecido baño después de tanto calor.

Ya a última hora y tras una buena pateada, volvimos al hotel. Una habitación doble con baño, una mosquitera y poco más que compartí con Chicho por la módica cantidad de 100 rupias (2 €).

A la mañana siguiente me levanté antes que nadie y subí a la terraza desde la que se divisaban tanto el río como el templo, este último casi podía tocarlo con las manos de lo cerca que estaba. El sol ya había salido y el momento me invitaba a la meditación. No me negué y dejé mi mente en blanco durante un rato, un buen rato.

Tras el desayuno cogimos un guía e hicimos el recorrido completo a Hampi, lo que nos llevó casi 4 horas pero valió la pena. Si tuviera que destacar algo sería el templo de la música. Arquitectónicamente era sobresaliente con un montón de columnas esculpidas de maneras diferentes simbolizando a los miles de dioses que habitan esta religión. El edificio principal era una construcción de columnas sin paredes donde antiguamente tocaban los músicos para deleite de los cortesanos. La manera con que tocaban es muy curiosa ya que lo hacían golpeando con finos palos de madera las delgadas columnas que estaban repartidas por todo el templo. El guía nos hizo una demostración y os aseguro que aquello sonaba a las mil maravillas.

Acabado el recorrido volvimos a Anantapur y tras 4 interminables horas de coche el cansancio se apoderó de nosotros y nos derrotó sin ofrecerle resistencia. Y mañana será otro día.

¡Amor para todos!

Vaya padrazo!!!

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lunes, septiembre 19, 2005

(Capitulo 8)

ANANTAPUR

Describir Anantapur se me antoja difícil ya que cualquier cosa que diga va a sonar a exageración o, incluso, puedo llegar a quedarme corto.

Lo primero que me sorprendió fue la suciedad. SUCIEDAD en letras mayúsculas. No es que pretendiera encontrarme una metrópoli al estilo occidental, ni mucho menos, pero para ser una ciudad de 350.000 almas y ser capital de provincia me esperaba algo más. Para empezar no existen las aceras, solo hay carretera, por llamarlo de algún modo ya que es una especie de asfalto salpicado por miles de cráteres, algo así como si la carretera de joven hubiera padecido de sarampión, así está la pobre. Entre “la carretera” y los edificios es todo tierra mezclada con suciedad. Y os preguntareis, ¿por qué Anantapur está tan sucio? Está muy claro, por que todo el mundo lo tira todo al suelo, así de sencillo. No ves una papelera ni por asomo. Un día debió de haber pero cuando vieron el panorama salieron por patas y no por miedo, sino por falta de trabajo. De verdad lo digo, y que no se ofenda nadie, pero a las cosas hay que llamarlas por su nombre, SON UNOS GUARROS. Para colmo casi todo el mundo camina descalzo, luego se quejan de que tienen infecciones en los pies, serán… Otro tema aparte es lo de escupir y eructar con la misma naturalidad con la que respiran. Esto se puede aceptar como “una costumbre” (siendo un poco eufemísticos). Más de uno y una que yo conozco aquí estaría en su salsa. Yo, como ya he dicho, acepto lo de escupir al suelo y eructar, pero, ¡narices! ¡Qué no me eructen en la cara! El otro día, sin ir más lejos, estábamos comiendo Chicho, Naga, Beemha y yo en un restaurante “de lujo”, el mejor de Kadiri (permitirme ser algo sarcástico). Para que me entendáis, imaginaros el lavabo del “CAN RAMÓN” en sus viejos tiempos, un poco más grande, con mesas y sillas, pues eso era el sitio donde comimos. Lo siento por los que no hayáis conocido el “CAN RAMÓN”, benditos vosotros que sois jóvenes. Como iba diciendo, estábamos los cuatro comiendo, Naga enfrente de Chicho y, en un momento dado, Chicho le pregunta algo a Naga y este, mirándole a los ojos, va y se me le tira un eructo en la cara que para que os quiero contar. Ni con mucha imaginación podríais llegar a haceros una idea de la cara que puso Chicho, se volvió multicolor como la India. Yo, por supuesto, empecé a destornillarme de risa de tal manera que todos los distinguidos comensales de tan distinguido restaurante empezaron a mirarme de mala manera, ¿de que cojones se reirá el p… extranjero este? Imagino yo que dirían. Me daba igual. Si al volver me encontráis más delgado (que para pena de mi santa madre ya lo estoy) ya sabéis por que es. Estar rodeado de hombres “rana” eructando sin cesar, comiendo con las manos y gesticulando sin parar, mientras restos de arroz y salsa caen de sus manos decorando el suelo del local, tengo todo el derecho de afirmar que eso le quita el hambre al más valiente.

Dejando de lado el tema de la suciedad, hablaré de la circulación. Caótico es un adjetivo suave, sencillo, humilde, sin muchas pretensiones como para atreverse a calificar el tráfico de Anantapur. Como he dicho antes, más de uno dirá: “¡pero será exagerado!”. A lo que yo le respondería: “pues majo, yo te pago el viaje a la India pero con la condición de que te traigas tu coche y circules sin seguro por esta ciudad unos cuantos días.” Me río yo del que se atreva. Aquí no hay reglas, no existen los carriles de un único sentido, es más, ¡no hay ni carriles! Por el mismo sitio que ahora ves pasar dos coches en el mismo sentido, al rato pasan 4. Vas en un rickshaw y, de pronto, ves que viene otro de frente, ¿Quién se equivoca? ¿Quién va en sentido contrario? Nadie lo sabe. Aquí mi querido amigo Quique se iba a volver loco intentando dirigir el tráfico. Y a todo lo dicho le tenéis que sumar que hay miles y miles de rikshaws circulando sin parar y creando una polución que ni la peor ciudad de España en hora punta. Con decir que hasta los polis de tráfico, que se merecen una medalla al valor, dicho sea de paso, ¡llevan máscara! Hay otro tipo de contaminación que es la acústica y no es por el ruido de los motores, no, es porque no paran de tocar el claxon. Lo tocan para todo, para adelantar, para avisar de que van a adelantar, para decir que ya te han adelantado…etc. Al final, he llegado a la conclusión de que lo de la bocina es un lenguaje que solo ellos entienden. En función de la intensidad y de la duración del bocinazo, puede significar: “¿que tal la familia?” o “¡anda, tu por aquí!” o “¿ya has ido al templo?” Podéis reíros de lo que escribo pero hay que estar aquí para creerlo. También es verdad que no he visto muchos accidentes pero los tres que han sucedido mientras he estado aquí han sido con unos cuantos muertos como resultado. ¡Si es que hasta viajan en el techo de los autobuses! He llegado a contar hasta 15 personas dentro de un rickshaw donde, normalmente, cabemos 5 occidentales apretados y dos de los cuales tienen que ir uno a cada lado del conductor.

Otro tema son los animales y no me refiero a los indios (mal pensados), me refiero a las vacas sagradas, perros y cerdos que es lo que más abunda. Las primeras campan a sus anchas. Da igual si es la carretera o no, si a la muy vacuna se le mete entre ubre y ubre que se tiene que tumbar, ya que está cansada de tanto holgazanear, ¡pues ala! va y se tumba y el resto pues a esquivarla que para eso es sagrada. Los chuchos molestan menos, van por todas partes en pequeños grupos y de vez en cuando hay alguna trifulca que otra por lo de siempre, que si esta perra es mía, que si yo la olí antes, pero nada de importancia. Y en ultimo lugar, y no por ello menos importantes, están mis queridos cerdos. Si señor, nuestros amigos los gorrinos. Pues que sepáis que aquí no se comen y no me extraña. Aunque no os lo creáis, aquí son de vital importancia como trabajadores públicos, a jornada completa y sin vacaciones ni salario que valga. Ellos son los basureros de la India, ya que lo que en España conocemos como basurero con su escoba y su carrito no existe. Los cerdos indios sí que trabajan por amor al arte y encima hasta se les nota en la cara que lo hacen con gusto y placer. Ya sabéis, lo que no mata engorda, ahora se comen un trozo de papel como ahora se comen un trozo de… Son uno más en esta urbe y menos mal de ellos que sino andaríamos sobre montañas de mierda. De todas maneras ya veréis las fotos y me daréis la razón.

Solo deciros que, al final, uno se acostumbra a todo.

¡Amor para todos!

jueves, septiembre 15, 2005

(Capitulo 7)

LA PRIMERA SALIDA

Eran las 7 de la mañana cuando mi despertador sonó. Me encontraba bien, animado, repleto de energía, con ganas de trabajar. Hacía tiempo que no me sentía así y necesitaba ponerle música a ese momento, cosa que suelo hacer siempre, desde que me levanto hasta que me acuesto la música va conmigo como un buen amigo, inseparable y vamos por la vida el uno al lado del otro. Decidí que el buen rollo de New Order debía ponerle la banda sonora a la mañana.

Cuando acabé de vestirme el coche ya me estaba esperado en la puerta. Chicho parecía igual de animado que yo. Era nuestro primer día de visita a los pueblos y todos estábamos contentos por ello. Solo nos faltaba Fernanda ya que se había quedado en Bathalapalli para ayudar en quirófano a los otros cirujanos españoles.

Nos dirigíamos a un pueblecito cerca de kadiri, a unos 100 Km. del campamento. El viaje fue divertido, no paramos de hablar en todo el camino. Especulábamos sobre los casos que íbamos a encontrar y esas cosas de las que hablamos los sanitarios y que solo nosotros entendemos y al resto aburre.

A media mañana llegamos al pueblecito y ya los pacientes nos esperaban a la puerta de lo que era nuestro consultorio. Era un workshop. Los workshops son una especie de centros de rehabilitación y, a la vez, son talleres donde se fabrican las prótesis para los pacientes.

Pregunté a Mutu cuantos pacientes íbamos a tener ese día y me contestó que 40. ¡Cuarenta! Repetí casi gritando. ¡Dios mío, ese era el numero de pacientes que en España podías ver en una semana! Pero no había sitio para lamentaciones, aquí habíamos venido a trabajar y eso íbamos a hacer. Vimos un caso tras otro. Unos eran sencillos pero otros eran auténticas tragedias, no solo para el paciente sino también para las familias que tenían que cargar con alguien que no podía ayudar a la economía familiar. Había casos que solo sabia de su existencia por los libros, pero por los libros de historia sanitaria ya que eran casos que en occidente estaban erradicados desde hacía tiempo. Eran niños con poliomielitis, raquitismo, miodistrofia y más enfermedades que ni siquiera conocíamos. Voy a ahorraros los detalles amargos de mi profesión y solo os diré que tanto Chicho como yo nos pasamos mucho rato sin decir nada. Nos dimos cuenta de que esa iba a ser la tónica general, que casi todos los pacientes iban a ser como estos. Siempre he dicho que mi universidad me había enseñado bien mi trabajo pero no me habían preparado para ver cosas como las que estaba viendo. A medida que iban pasando los pacientes descubríamos que aun con todo el sufrimiento que acompañaba sus enfermedades no dejaban de sonreírnos y de agradecernos que hubiéramos venido de tan lejos solo para intentar mejorar sus, ya de por si, duras vidas.

Que queréis que os diga, pero después de aquello todas las cosas por las que nos preocupamos en nuestro mundo me parecieron auténticas chorradas, ¿Qué tu novia te ha dejado? ¿Qué este verano no puedes ir a la playa? ¡Auténticas gilipolleces! A más de uno le iría bien estar aquí una temporadita para valorar y apreciar lo que tenemos. Tenemos salud, una familia que nos quiere, amigos, metas, ilusiones. Entonces, ¿de que nos podemos quejar? Pensar un poco en todo ello.

Al acabar comimos con todos los colaboradores. Nos despedimos de ellos no sin antes agradecerles su ayuda y regresamos al campamento.

El camino de vuelta fue silencioso. Nadie decía nada y yo me sumergí en mis pensamientos y deje que estos lloraran al son del piano de Rachmaninov. Y mis pensamientos bailaron y lloraron hasta que el piano dejó de sonar.

Era ya tarde cuando llegamos a RDT. Cenamos como cenan dos personas que han visto de cerca la cruda realidad que algunos seres humanos viven en silencio, sin gritar, sin compartir sus penas con el resto ya que el resto vivimos de espaldas a sus miserias, quejándonos a cada momento por cualquier cosa pero ciegos ante el dolor de nuestros vecinos del tercer mundo.

Me encontraba muy cansado y necesitaba que mi cabeza y mi alma recuperaran la tranquilidad necesaria para afrontar un nuevo día en Anantapur, así que me fui a dormir.

¡Amor para todos!

Chicho, fernanda y el mensa

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El equipo sanitario

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El campamento RDT

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sábado, septiembre 10, 2005

Vaya dos monos

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(Capitulo 6)

DIA DE QUIRÓFANO

Era un día especial. El sol había salido a sonreírme y yo me sentía como un niño con zapatos nuevos. Era mi primer día de quirófano y para mí significaba mucho.

Ya durante el desayuno acribillé a preguntas tanto a Chicho como a Fernanda. Lo quería saber todo sobre las operaciones. Como fisioterapeuta me hacia mucha ilusión asistir a quirófano y no veía el momento de empezar las operaciones. Llegamos al vestuario, me puse el pijama de quirófano, el gorro, la mascarilla. Fue como un ritual sagrado previo a la gran ceremonia donde los dioses en forma de sanitarios iban a aliviar los males de los pobres humanos. Así me sentía yo.

Entré en quirófano y, desde ese momento, no perdí ni un solo detalle de lo que allí sucedía. Chicho me explicaba un caso tras otro mientras con excelente maestría, adquirida tras muchos años de experiencia, operaba paciente tras paciente. Fernanda le asistía de una manera precisa. Se anticipaba en todo momento a los pensamientos de Chicho. No hacia falta que se hablaran, Fernanda sabía a cada momento el instrumento que él necesitaba. Cómo se notaba que llevaban 20 años trabajando juntos.

Tras 4 horas de intenso trabajo por fin acabamos. Si hubiera sido por mí nos hubiéramos pasado todo el día operando. Estábamos contentos ya que sabíamos que, al menos, habíamos conseguido que alguien que antes a duras penas andaba o, en algunos casos, alguien que se movía arrastrándose ahora podría caminar.

Con esa satisfacción fuimos a comer y ya sabéis lo que se hace los días que se está contento, pues eso hicimos nosotros, ¡nos fuimos de compras! Yo había venido casi con lo puesto y necesitaba un nuevo vestuario, algo que me hiciera pasar por uno más de los de aquí. Beemha nos llevó a una tienda de telas. Parecía un enorme arco iris, había telas de todos los colores. No sabía por donde empezar. Al final me decanté por el naranja ya que, junto con el verde, son los colores de La India. También compre una tela negra con ribetes dorados y otra color crema con acabados en verde. Ya solo faltaba ir al modista que por casualidad estaba enfrente del campamento. Nos tomó las medidas y como verdaderas marujas discutimos como debían ser las camisas y los pantalones. Uno los quería con botones, el otro con goma, que si camisa con cuello, que si camisa estilo Mao. ¡Vaya cuadro! Se que lo que os voy a decir os va a dar envidia pero, ¡haber venido conmigo!. La factura total entre tela y modisto por 3 pantalones y 3 camisas ascendió a ¡1000 rupias! o lo que es lo mismo ¡20 €! ¿Os lo podéis creer?

El día había sido completo, quirófano y compras, ahora tocaba cenar algo y tomarnos unas cervecitas a la luz de la luna India mientras disfrutábamos no solo del placer de la bebida, sino del placer del trabajo bien hecho. Ese día dormí con una enorme sonrisa dibujada en mis labios.

¡Amor para todos!

Hampi 26

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Hampi 19

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Hampi14

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lunes, septiembre 05, 2005

(Capitulo 5)

MI PRIMER DIA DE TRABAJO

A primera hora de la mañana tuvimos una reunión con el director del programa de discapacitados Mr. Dasarath que a partir de entonces iba a ser nuestro superior. Os podéis imaginar la de discapacitados que hay en Anantapur para que haya un programa dedicado completamente a ellos. Nuestro trabajo iba a consistir en ir a diferentes zonas de la provincia 3 días a la semana para visitar pacientes y decidir si se trataban quirúrgicamente o mediante fisioterapia. Dos días a la semana se iban a realizar las operaciones y el sábado sería para visitar a los pacientes que habían sido operados, enseñar a los familiares como tratarlos en casa y si ya estaban bien, darlos de alta. Yo, al principio, debía asistir a quirófano para que así Chicho me explicara in situ en que consistían las distintas operaciones que realizaría y, de ese modo, hacerme una idea de cual sería el mejor tratamiento en cada caso y enseñar a los fisioterapeutas locales como llevarlo a cabo.

En la reunión nos presentaron a los dos fisio-ortopedas jefes, eran Muthyalappa, alias “Mutu” y Nagaraju, alias “Naga”. Parecían buenos tipos, de unos 40 años, de clase social baja que habían entrado en la Fundación hacía ya unos 15 años. Habían recibido un curso de una año en fisioterapia y, más tarde, otro de ortopedia. No es que fuera suficiente para llamarse fisioterapeutas pero como llevaban 12 años en el programa de discapacitados la falta de estudios era suplida por la experiencia. Ellos eran los que nos iban a acompañar a todas partes y nos harían de traductores. La pena era que solo hablaban inglés y Fernanda no estaba muy ducha en la lengua de Shakespeare por lo que o bien Chicho o bien yo tendríamos que hacer las funciones de traductores para Fernanda.

Desde un principio congenié más con Mutu, se le veía mas simpático y con más ganas de aprender que a Naga. Además, era evidente que controlaba el tema mucho más. El tiempo fue dándome la razón.

Después de la reunión nos asignaron un coche y un conductor. Este último respondía al nombre de Beemha. Para ser indio era más alto que el resto, o sea, era de mi estatura. Ya podéis imaginar lo “estirao” que voy por aquí, ¡soy mas alto que la mayoría! Beemha me pareció agradable, simpático, siempre dispuesto a ayudar, de esas personas que son buenas y que hacen las cosas sin pedir nada a cambio.

Solo hubo un pequeño malentendido y fue que yo esperaba enseñar fisioterapia al modo tradicional, una clase y unos cuantos alumnos, pero no iba a ser así ya que la clase era sobre el terreno y mis alumnos se limitaban a Mutu y Naga. Daba igual, el hecho era poder hacer algo por ellos.

Otra de mis misiones iba a consistir en evaluar la fisioterapia en la Fundación y ver que cosas se podían mejorar y en que medida mi ONG (Fisios Mundi) podía contribuir a ello. Un trabajo nada fácil pero, a la vez, un bonito reto para mí.

Tras esta primera toma de contacto fuimos a conocer el hospital que la Fundación tiene en Bathalapalli y que iba a ser nuestro centro de trabajo. Bathalapalli es una pequeña ciudad que se encuentra a unos 20 Km. de Anantapur. Como todas las ciudades indias, y esta no iba a ser menos, estaba llena de suciedad, pobres, polución y caos circulatorio, pero ya me iba acostumbrando.

El hospital está bastante bien, es grande y ¡está limpio! Lo primero que me sorprendió fue ver que sus alrededores estaban infestados de gente. Unos dormían a la sombra de los árboles, otros comían en las salas de espera y los niños jugaban y correteaban como si del patio de un colegio se tratara. No era lo que estaba acostumbrado a ver en los hospitales occidentales y como la curiosidad siempre me puede (ya una vez mató a un gato) pregunté a Mutu el por qué de todo aquel descontrol. Me respondió que eran los familiares de los pacientes, que algunos vienen de muy lejos y, si tienen hijos, no pueden dejarlos solos en sus poblados así que se viene toda la familia. De hecho, hay una parte del hospital que son como barracones donde duermen los familiares y, en una especie de cocina comunitaria, se hacen la comida.

Como ya era la hora de comer y el hambre apretaba nos fuimos a la cantina del hospital. Era muy parecida a la del campamento, con dos tipos de menú, uno para indios y otro para occidentales. Ya es hora de que os hable un poco del menú indio. Se basa, sobretodo, en el arroz, las verduras, de vez en cuando pollo o cordero, nunca cerdo. Todo ello muy especiado y lleno, muy lleno de picante. Siempre te aconsejan que empieces poco a poco, pero ya me conocéis… yo, valiente donde los haya, desde el primer día comí como un nativo, fuera lo que fuera y daba igual si eso picaba mas que la madre que me p…. la cuestión era intentar vivir como ellos. La pena fue que nada de eso lo consulté previamente con mi querido estómago y luego me pasó factura, pero eso es otra historia que ya os contaré.

Para ser el primer día ya había sido suficiente y nos volvimos al campamento. Comentamos la jornada, hablamos del día siguiente ya que iba a ser el primero de operaciones y yo estaba muy emocionado con lo de entrar a quirófano y, por supuesto, empezar a aprender de un fenomenal profesional que es el Dr. Cabot (Chicho).

La cena fue amena, como todas aquí, puesto que es el único momento del día en el que nos juntamos todos los voluntarios y charlamos un poco de todo. Hay otra costumbre que me pareció muy bien, y es que al acabar la cena nos reunimos en el porche de la casita de alguno de los voluntarios, compartimos unas cervezas indias (son botellas de más medio litro y la más famosa es “Kingfisher”), disfrutamos de la preciosa noche india y, como no, hablamos un poco de nosotros mismos.

El día había estado lleno de nuevas situaciones y nuevas emociones. Aunque no lo parezca eso cansa y yo caí en la cama como el que vuelve de una guerra.

Amor para todos!

viernes, septiembre 02, 2005

CHUCHO INDIO

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CHICHO Y FERNANDA DE COMPRAS COMO SIEMPRE

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CAMINO A HAMPI

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CAMINO A HAMPI

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ALREDEDORES DE ANANTAPUR

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ALREDEDORES DE ANANTAPUR

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ALREDEDORES DE ANANTAPUR

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jueves, septiembre 01, 2005