jueves, noviembre 03, 2005

(Capitulo 14)


Iba a ser un buen día, lo presentía. El por qué era especial viene de mucho tiempo atrás. Hará unos cuatro años, un día de esos que tienes tonto y estás como de bajón, desanimadillo, ya sabéis a que me refiero, pues un día de esos se me ocurrió lo de apadrinar a un niño y me puse a buscar una organización dedicada a ello. Busqué y busqué y al final encontré la “Fundación Vicens Ferrer”. ¿Verdad que fue toda una casualidad? Quien me iba a decir entonces que 4 años más tarde iba a colaborar con ellos. Una vez me decidí mandé los papeles y al tiempo me llegó una carta agradeciendo mi interés y con la foto de una preciosa niña india llamada Geetha. Me emocioné. No sabría explicar exactamente por qué. Creo que fue el pensar que había hecho algo bien y la sensación que tienes cuando haces las cosas que te dicta el corazón es muy pero que muy agradable. Miraba su foto una y otra vez y sentía como si esa pequeña criatura de 8 años, morena de ojos grandes me perteneciera. Incluso llegué a comprar un marco majísimo y en él puse su foto. Si alguno habéis pasado por mi consulta seguro que la habréis visto. Con que orgullo respondía al paciente de turno que me preguntaba “¿y esta niña tan mona?” a lo que contestaba con una sonrisa de oreja a oreja “es Geetha, mi apadrinada”

Y hoy, precisamente hoy, iba a conocerla. Por fin, después de muchos años iba a ver a Geetha. ¿Entendéis ahora lo importante que era ese día para mí?

Cuando la situación es especial me gusta que todo salga redondo, sin improvisar, al milímetro, que todo lo que haga ese día sea con sentimiento. Y así lo hice. Cogí mi MP3 y lo cargué de canciones “especiales” para mí. Luego compré un montón de cosas para Geetha y su familia: utensilios de cocina, ropa para sus dos hermanas y su hermano. Hasta les compré ropa a los padres. Por supuesto a Geetha le compré más cosas, dos trajes preciosos, lo mejor que encontré (ya veréis que guapa está en las fotos) y una cartera para ir al cole. Como colofón al despilfarro de mi alegría compré comida para la familia y un montón de caramelos para repartir entre los niños del pueblo.

El único punto negro del día era mi estado de salud que aun seguía “de aquella manera”. La comida india no podía ni olerla y el lavabo era mi segunda casa. Para colmo de males, el pueblo de Geetha estaba a casi 3 horas de coche. No importaba, si hacia falta me ponía unos pañales y tan feliz.

Una vez cargado el coche emprendimos la marcha. Éramos el conductor, el guía-traductor y yo, el hombre más feliz del día. Desde un principio mi imaginación jugó a adivinar como sería Geetha. Sí que es verdad que tenía una foto de ella pero era de hacía mucho tiempo, cuando tenia 8 años y ahora tenia 12. Mi geetha debía ser toda una mujercita. Pero al momento le faltaba lo de siempre, ¡música! Debía ser algo especial y encontré una vieja canción que para mí significaba mucho. Era una canción de Dinah Washington, una mujer de color que cantaba con voz profunda hace muchos años. Alguien que una vez fue muy especial para mí me la hizo escuchar por primera vez y desde entonces es una de mis favoritas. La canción se titulaba “Teach me tonight” y cuando sonó los recuerdos salieron de su escondrijo uno detrás de otro y me hicieron volver atrás en el tiempo y recordar a aquella persona y… Sacudí la cabeza de un lado a otro expulsando esos recuerdos lejos de mí. Hoy era el día de Geetha y ningún recuerdo doloroso lo iba a estropear. Volví a mi entretenimiento de ponerle caras y formas a una imaginaria Geetha. Y disfruté de la canción y me emocioné pensando que quedaba poco para verla. Me hacía tanta ilusión. Pero el destino, caprichoso donde los haya, quiso retrasar por un tiempo el encuentro e hizo que nos perdiéramos por el camino. Yo no entendía como el conductor siendo indio podía perderse, pero al preguntarle que es lo que pasaba me respondió que nunca había ido a ese pueblo. El pueblo en cuestión era el más alejado de la provincia de Anantapur y estaba perdido entre montañas. A la postre, el traductor me explicó que yo iba a ser el primer occidental en poner el pie en esa zona. ¡Lo que me faltaba!

Por fin, tras cuatro largiiiiiiiisimas horas llegamos a la aldea. Miraba por la ventanilla y la buscaba desesperadamente con los ojos, pero no la veía. Bajé del coche. Delante de mí había una preciosa mujercita con un bonito vestido naranja y un collar de flores en las manos. Me miró fijamente con emoción pero, a la vez, con algo de vergüenza. Inmediatamente supe que era ella y fui a su encuentro. Me puso el collar, me dio dos besos, me cogió con su mano y me llevó a su humilde choza. Iba como flotando. Esa preciosidad que me cogía de la mano era mi Geetha.

Como siempre pasa en estos casos el pueblo entero era una fiesta. Para muchos de ellos era la primera vez que veían a un occidental y engalanaron la aldea para la ocasión vistiéndola con guirnaldas y pintándola con música.

Llegamos a su casa y me presentaron a toda la familia. Se les veía que estaban contentos de tenerme allí. Me hicieron sentar en el porche delante de todo el mundo. Suerte que ya había pasado por esa experiencia cuando estuve inaugurando casas para la Fundación y me había acostumbrado a ser contemplado por tanta gente. Geetha se sentó a mi lado y no me quitó el ojo de encima. Para romper el hielo decidí que no había mejor manera que dándoles los regalos que había traído. Saqué la comida, los enseres de cocina y empecé a repartir los caramelos entre los niños con la ayuda de mi “ahijada”. Cuando la familia me estaba dando las gracias por todo lo que les había regalado, saqué la traca final y como por arte de magia de mi chistera salieron los vestidos que había comprado. Ponían cara de no creérselo y yo disfrutaba como un enano. Toda la familia corrió a ponerse las ropas para que yo les viera. Mientras esperaba noté que algo chupaba mi mano, me giré para decir que no hacía falta tanto agradecimiento cuando, para mi sorpresa, lo que me estaba chupando la mano era la cabra de la familia. Debió de olerse lo de los regalos y salió haber si le tocaba algo. ¡Qué maja! Uno a uno fueron saliendo con sus nuevos vestidos. Sonreían sin parar mientras giraban sobre si mismos para que les viera lo bien que les sentaban. Pero yo solo tenía ojos para mi Geetha. Que guapa estaba y que bien le quedaban los vestidos que le había escogido. Tras el desfile empezaron a sacarme comida y bebida mientras un grupo de niñas cantaba una canción típica. Geetha sentada a mi lado no dejaba que tocara la comida ¡me la daba ella con su propia mano! Cuando el grupo de niñas acabó de cantar fue Geetha la que se puso en pie y me dedicó una canción. No me preguntéis si lo hacía bien o no, para mí era la voz de un ángel la que cantaba. Tras la fantástica interpretación me sentía curioso por saber más cosas de ella y empecé a preguntarle que como le iba el colegio, que si le gustaba y esas cosas. Pues resulta que mi Geetha es de las mejores de su clase y ¿sabéis que? Quiere ser MAESTRA. Yo no cabía en mí de orgullo, mi pequeña mujercita quería seguir estudiando y llegar a ser maestra. En ese instante y llevado por la emoción le dije que si seguía sacando buenas notas y podía entrar en la universidad yo se la pagaría. Puede parecer una fanfarronada producto del momento, pero pongo a este mi diario como testigo de que pienso cumplir mi palabra. Una vez mi curiosidad fue satisfecha le dije que si quería podía preguntarme cualquier cosa y lo primero que se le ocurrió preguntarme fue si estaba casado. Obviamente respondí que no y ella, poniendo cara de extrañeza me dijo que como podía ser que un hombre joven y guapo como yo no tuviera mujer. Me quedé de piedra y no sabía que responderle. Por una vez en mi vida las palabras se me habían amotinado y no querían salir de mi boca. Mi cerebro buscaba a la velocidad de la luz una respuesta y solo se me ocurrió decir “aun no he encontrado a esa persona especial” Vaya respuesta se me había ocurrido para una niña de 12 años. Por supuesto no me había entendido pero se dio cuenta de que era mejor cambiar de tema y me preguntó por mi trabajo en la Fundación. Le encantó saber que ayudaba a la gente intentándola curar. Creo que ella también se sintió orgullosa de mí.

Se hacía tarde y el camino de vuelta aparte de largo era toda una aventura. Esta vez fui yo el que la cogió de la mano y juntos fuimos hasta el coche. Miré una vez más esos enormes ojos y le di dos besos. Le prometí que le enviaría las fotos que nos habíamos hecho pero ella, a cambio, debía escribirme más a menudo. El guía casi tiene que subirme a empujones al coche. No quería irme y si me iba era con ella a mi lado, pero eso no podía ser así que muy a mi pesar subí al coche y este empezó a avanzar. Geetha me miraba y yo a ella. Entonces, de repente, como llevada por un impulso empezó a correr detrás de nosotros. Hice parar el coche, volví a bajar y la abrace mientras ella lloraba. Era demasiada emoción para mí. La solté y esta vez sí que me fui.

El camino de vuelta se me hizo raro. Sentía como si hubiera abandonado a alguien muy especial, alguien de mi familia. Pero por otro lado estaba feliz de ver que el dinero que daba a la Fundación era bien empleado y que a los niños apadrinados no les falta de nada. Por eso os digo que vale la pena apadrinar a un niño, al menos en Vicens Ferrer y que si lo hacéis estaréis ayudando a una criatura a tener una educación y una atención sanitaria que de otra manera, quizás, no tendría.

Volví a poner música y volví a ver esa cara, esos ojos y esa tierna manera con la que me despidió.

Ese día puedo decir que de verdad fui muy feliz.

¡Amor para todos!


1 comentario :

margapushk@hotmail.com dijo...

mira encuentro que eres una persona magnifica lo que piensas de la india , tambien lo pienso yo ya que estado 2 veces en la india y estado ayudando a la gente y ahora desde que estoy en mallorca me siento muy mal ojala todos fueran como tu de buena gente