lunes, noviembre 14, 2005

(Capitulo 16)


Mi trabajo en la Fundación tocaba a su fin. Ya llevaba poco más de un mes y sentía que lo que había venido a hacer ya lo había hecho. Mi idea de lo que debía ser la fisioterapia en Anantapur seguía chocando contra un muro de piedra y en esos momentos eché mucho de menos a mis queridos amigos fisios: Patrik, Francesc y Olga. Con ellos a mi lado otro gallo hubiera cantado por estas tierras. Pero no fue así y yo llegué a la conclusión de que esta gente vivía muy bien como estaban y que eran muy felices con las medallas que se habían puesto hasta ahora gracias a lo que habían conseguido pero que el verbo mejorar no se encontraba entre sus prioridades. Yo soy una persona inconformista por naturaleza y siempre quiero ir a más en todos los aspectos y si veo que me estoy durmiendo en los laureles, que me estoy aplatanando cojo el portante y a por una nueva meta que me vuelva a motivar, sino que narices hago viviendo en Londres. En definitiva, aquí no les gustan los cambios y menos que venga alguien de fuera a decirles lo que tienen que hacer así que “ a Dios muy buenas”.

Como este tema me cabrea un poco y lo que tenía que decir ya lo he puesto en mi informe, os hablaré de mis últimos días por el campamento.

Hasta ahora no os había dicho nada de ella y eso no puede ser. Ella ha llegado a ser una muy buena amiga. Nos hemos visto cada día, ha dormido a mi lado y… no es una mujer. Es una perrita a la que le he puesto de nombre “Calcetines” ya que aunque el cuerpo es color canela las patitas las tiene de color blanco. ¿Qué cómo nos conocimos? Resulta que ella es una más de esa patrulla canina de la que os hablé una vez y que protegen el campamento de cualquier intruso. Un día me fijé en ella, tenía cara de simpática y además era la más guapa del grupo. Debió ser atracción mutua ya que al momento se levantó y se me acercó. Quizás no lo sepáis pero los animales son algo muy especial para mí y cuando Calcetines vino de aquella manera tan juguetona, mordiéndome los tobillos pero sin hacerme daño me hizo mucha ilusión. Me encanta que los animales se acerquen a mí y a mí me encanta jugar con ellos y lo hago como si fuera un crío.

Saqué una galleta que llevaba en la bolsa y se la di. No se puso contenta ni nada. Desde ese día cada vez que entraba en el campamento Calcetines venía a mi encuentro. Llegué a pensar que estaba compinchada con los guardias de seguridad y estos la avisaban cada vez que yo entraba porque sino no lo entiendo. Pero es verdad, era entrar allí y ¡zas! Como saliendo de la nada allí estaba ella a mi lado.

Los que tenéis animales entenderéis de qué hablo y por qué me hizo tanta ilusión la compañía de Calcetines. Los que no los tenéis no sabéis lo que os perdéis. No hay nada tan sincero como la amistad de un animal. Cuando nuestros queridos amigos de cuatro patas te dan su cariño es para siempre. Historias hay a montones de cosas que han hecho por la gente a la que querían.

Los días pasaban y nuestra amistad iba en aumento hasta que llegó el día en que Calcetines se hizo un agujerito al lado de mi cabaña y allí se quedaba a dormir. Era la primera persona que me saludaba por la mañana y solo con eso conseguía que sonriera. Siento si a alguien le molesta que llame a Calcetines “persona” pero es así como yo la veo. Es más, ahora he tocado un tema que me indigna de verdad y es el cómo son tratados los animales por las religiones. En esto estoy a favor de budistas e hinduistas ya que ellos ven a los animales como una creación divina comparable al Hombre. En cambio, vuestra querida religión católica y apostólica dice que el cielo es solo para el Ser Humano. ¡Y un cuerno! Si eso es así y yo me entero que en el infierno aceptan animales, allí que me voy de cabeza.

Calcetines me recordaba a un buen amigo que tuve que nos dejó este invierno pasado y que tanto queríamos mi familia y yo. Era un pastor alemán llamado Towi. Fiel, cariñoso, juguetón, uno más de la familia, un buen amigo que por una de sus muchas travesuras pagó un alto precio al ser atropellado por un coche y quedar paralítico. Hicimos lo posible y más para que siguiera vivo, pero al final viendo que lo pasaba peor estando como estaba tomamos la muy difícil decisión de sacrificarlo. Por eso digo que si en el cielo no hay sitio para Towi tampoco lo hay para mí. Y dejo el tema porque los ojos ya se me están “nublando”.

Calcetines y yo disfrutamos de nuestra amistad mientras estuve en el campamento y a día de hoy aun me acuerdo de ella. Espero que alguien que también ame a los animales la esté tratando con el mismo cariño.

Lo malo de estar mucho tiempo en un sitio es que cuando te vas tienes que despedirte de gente con la que has compartido muchas cosas y eso entristece. Las primeras veces más que un “adiós” es un “hasta luego”. Te das las direcciones de casa, de Internet, intercambias los números de teléfono y “seguro que pronto nos volvemos a ver” Pero el tiempo me ha hecho ver que eso no es así, una vez vuelves a casa te haces a tu rutina, te vuelves a acomodar a tu vida de siempre y ¿Quién se acuerda de llamar o enviar un mail? Casi nadie. Puedo quedar mal al decir esto pero yo ya no suelo dar ni teléfono, ni mails, ni nada porque sé que no vale la pena. Solo lo hago en los casos muy especiales en los que sé que yo sí que voy a mantener el contacto. Dicho todo esto, llegó mi último fin de semana en la Fundación y como casi todos ellos la gente ya había planeado alguna excursión así que aunque me iba el lunes empecé a despedirme de la gente y de los primeros que me tuve que despedir fue de los que más iba a echar de menos. Mis queridos Chicho y Fernanda se iban después de pasar visita y hasta que no regresara a España no los iba a volver a ver. Fuimos juntos hasta el hospital, pasamos visita y luego nos dijimos “hasta luego” porque en este caso estamos hablando de una amistad de las que vale la pena hacer cualquier cosa por mantenerla.

Vi alejarse el coche, agité mi mano y me quedé muy, muy triste. Cabizbajo seguí la ruta del “adiós” y me despedí del personal sanitario y en especial de Mutu y Naga porque aunque no esté de acuerdo con ellos no dejaban de ser dos buenos tipos con los que había pasado buenos momentos y todos tuvieron su abrazo y mis mejores deseos.

Volví al campamento en autobús, por ponerle un nombre, ya que era un amasijo de hierros oxidados relleno de gente. Subí a él y me quedé absorto mirando por última vez ese paisaje. Como no puedo estar triste sin música saqué mi MP3 y la voz de Maria Callas desgarrada por un amor no correspondido me acompañó en ese mi último y solitario viaje desde Bathalapalli. Realmente me sentía “apagado”. No hacía ni cinco minutos que Chicho y Fernanda se habían ido que ya los echaba de menos. ¿Con quien iba a tener esas charlas que compartía con Chicho? ¿Quién me iba a dar esas clases magistrales que Chicho me impartía sobre traumatología, el amor y la vida? ¿Con quien me iba a pelear ahora que no estaba mi Fernanda? ¡Anda que no soy sensiblero a veces!

El resto del fin de semana lo dediqué a planear “mi viaje”, mi aventura en solitario por la India. Cargué mi mochila con mis pertenencias y mis recuerdos. Jugué por última vez con Calcetines y me fui a dormir nervioso por lo que me esperaba, triste por lo que dejaba y un poco jodido ya que notaba que algo iba mal en mi ojo izquierdo porque me dolía bastante. Aun así los cerré e intenté dormir algo ya que a las 5 de la mañana me tenía que levantar y a las 6:30 salía mi tren con destino a…

¡Amor para todos!

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