jueves, septiembre 15, 2005

(Capitulo 7)

LA PRIMERA SALIDA

Eran las 7 de la mañana cuando mi despertador sonó. Me encontraba bien, animado, repleto de energía, con ganas de trabajar. Hacía tiempo que no me sentía así y necesitaba ponerle música a ese momento, cosa que suelo hacer siempre, desde que me levanto hasta que me acuesto la música va conmigo como un buen amigo, inseparable y vamos por la vida el uno al lado del otro. Decidí que el buen rollo de New Order debía ponerle la banda sonora a la mañana.

Cuando acabé de vestirme el coche ya me estaba esperado en la puerta. Chicho parecía igual de animado que yo. Era nuestro primer día de visita a los pueblos y todos estábamos contentos por ello. Solo nos faltaba Fernanda ya que se había quedado en Bathalapalli para ayudar en quirófano a los otros cirujanos españoles.

Nos dirigíamos a un pueblecito cerca de kadiri, a unos 100 Km. del campamento. El viaje fue divertido, no paramos de hablar en todo el camino. Especulábamos sobre los casos que íbamos a encontrar y esas cosas de las que hablamos los sanitarios y que solo nosotros entendemos y al resto aburre.

A media mañana llegamos al pueblecito y ya los pacientes nos esperaban a la puerta de lo que era nuestro consultorio. Era un workshop. Los workshops son una especie de centros de rehabilitación y, a la vez, son talleres donde se fabrican las prótesis para los pacientes.

Pregunté a Mutu cuantos pacientes íbamos a tener ese día y me contestó que 40. ¡Cuarenta! Repetí casi gritando. ¡Dios mío, ese era el numero de pacientes que en España podías ver en una semana! Pero no había sitio para lamentaciones, aquí habíamos venido a trabajar y eso íbamos a hacer. Vimos un caso tras otro. Unos eran sencillos pero otros eran auténticas tragedias, no solo para el paciente sino también para las familias que tenían que cargar con alguien que no podía ayudar a la economía familiar. Había casos que solo sabia de su existencia por los libros, pero por los libros de historia sanitaria ya que eran casos que en occidente estaban erradicados desde hacía tiempo. Eran niños con poliomielitis, raquitismo, miodistrofia y más enfermedades que ni siquiera conocíamos. Voy a ahorraros los detalles amargos de mi profesión y solo os diré que tanto Chicho como yo nos pasamos mucho rato sin decir nada. Nos dimos cuenta de que esa iba a ser la tónica general, que casi todos los pacientes iban a ser como estos. Siempre he dicho que mi universidad me había enseñado bien mi trabajo pero no me habían preparado para ver cosas como las que estaba viendo. A medida que iban pasando los pacientes descubríamos que aun con todo el sufrimiento que acompañaba sus enfermedades no dejaban de sonreírnos y de agradecernos que hubiéramos venido de tan lejos solo para intentar mejorar sus, ya de por si, duras vidas.

Que queréis que os diga, pero después de aquello todas las cosas por las que nos preocupamos en nuestro mundo me parecieron auténticas chorradas, ¿Qué tu novia te ha dejado? ¿Qué este verano no puedes ir a la playa? ¡Auténticas gilipolleces! A más de uno le iría bien estar aquí una temporadita para valorar y apreciar lo que tenemos. Tenemos salud, una familia que nos quiere, amigos, metas, ilusiones. Entonces, ¿de que nos podemos quejar? Pensar un poco en todo ello.

Al acabar comimos con todos los colaboradores. Nos despedimos de ellos no sin antes agradecerles su ayuda y regresamos al campamento.

El camino de vuelta fue silencioso. Nadie decía nada y yo me sumergí en mis pensamientos y deje que estos lloraran al son del piano de Rachmaninov. Y mis pensamientos bailaron y lloraron hasta que el piano dejó de sonar.

Era ya tarde cuando llegamos a RDT. Cenamos como cenan dos personas que han visto de cerca la cruda realidad que algunos seres humanos viven en silencio, sin gritar, sin compartir sus penas con el resto ya que el resto vivimos de espaldas a sus miserias, quejándonos a cada momento por cualquier cosa pero ciegos ante el dolor de nuestros vecinos del tercer mundo.

Me encontraba muy cansado y necesitaba que mi cabeza y mi alma recuperaran la tranquilidad necesaria para afrontar un nuevo día en Anantapur, así que me fui a dormir.

¡Amor para todos!

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