jueves, agosto 11, 2005

(Capitulo 1) LONDON-VIENA-DELHI

Todo empezó un 26 de Julio. Londres me despidió como siempre, llorando. Tenía ganas de dejar por un tiempo esta ciudad de histéricos, locos y suicidas. Nada mejor que irse a la India. Cogí un vuelo de Austrian airlines con escala en Viena, a la que llegué ya de noche sin más tiempo que el justo de llegar al hotel y echarme a dormir.

Viena me despertó sonriendo, lo cual agradecí enormemente. Tomé una ligera ducha, un reconfortante desayuno europeo y subí a mi avión con destino final INDIA.
Siempre había oído habla de “la suerte del viajero” pero no sabía a qué se refería esta “suerte”. Ahora lo se. Mi compañero de vuelo era un belga de unos 40 y pocos años, jefecillo en una multinacional japonesa y que para aliviar el estrés del trabajo se pasa un mes pateando por el mundo. La cuestión es que Vincent (que así se llamaba el buen samaritano) ya era la segunda vez que viajaba a la India y me dio unos cuantos consejillos que a la postre me fueron de mucha utilidad.
El vuelo transcurrió distendido, mezclando la música de Jamie Cullum con la conversación de Vincent. Pasadas siete horas de nuestra salida, llegamos al aeropuerto Indira Gandhi de Delhi. Eran las 12:15 de la noche. Noche calurosa y húmeda. El aeropuerto era una jaula de grillos, todo era gente y ruido, ¡y eso que era media noche! Pero lo que más me sorprendió fue el olor, dulce y áspero de ese que se te pega al cuerpo y no te abandona en todo el viaje, como así fue. Tras conseguir pasar la aduana y despedirme de Vincent me encaminé a la búsqueda de un hotel. No sabía como lo iba a conseguir pero siempre he confiado en mi buena estrella (como dice mi amiga Cristina) y mi estrella esta vez se disfrazó de policía. No era un policía cualquiera, resultó que era un poli “para turistas”. Si señor, policía turístico. Al principio creí que era una broma y que el hombre solo quería ganarse algunas rupias haciéndose fotos con turistas como yo. Me vio y se dirigió a mí con una amplia sonrisa y en un excelente inglés me preguntó:
“Mister. ¿Necesita usted ayuda?”
Creo que se me notaba en la cara. Muy amablemente me explicó que era una nueva función de la policía India ya que había mucha gente engañando a turistas. Me acompañó hasta una pequeña oficina donde había un enorme letrero que decía: “Oficina del Gobierno Indio para turistas” o lo que es lo mismo, para despistados como yo. Allí me arreglaron lo del hotel y lo del taxi. Esto último previo pago.
La salida del aeropuerto era un completo caos ya que según me contó el taxista en un inglés “muy a su manera” había mucha gente huyendo de las últimas inundaciones de Bombay. El suelo era como un hormiguero multicolor donde se mezclaban gente, bártulos, perros y…vacas (supongo que sagradas). A partir de ese momento empecé a darme cuenta de que mi aventura había empezado de verdad y los sentimientos se agolparon de repente. Tenía ganas de llorar, pero de alegría. Una alegría extraña. Supongo que siempre había querido hacer este viaje y ahora me encontraba inmerso en él. También creo que echaba de menos a mucha gente. Gente con la que me hubiera gustado compartir este viaje, estos sentimientos, este momento….
Por fin llegué al hotel. No era nada del otro mundo pero suficiente como para dejar caer mis viejos y cansados huesos en la cama. Algo que me enseñó Vincent es que en este país (como en muchos otros) la diferencia entre un Sí y un No son unas cuantas rupias e inmediatamente iba a saber porqué. Resulta que tenía un compañero de habitación. No era hormiga pero tampoco cucaracha, ni grande ni pequeño pero de un tamaño suficiente como para haberme fastidiado la noche. Tras una ardua y extraña conversación, previo pago de 100 rupias, conseguí convencer al animalillo de que volviera por donde había venido y que era mejor negocio intentar picar al vecino de al lado. ¡Así es la India! Y ahora a dormir que mañana no se lo que me va a deparar el día. Pero, por supuesto, primero de todo saqué al pobre “Burrito” de la mochila (para el que no lo sepa es un amigo que tengo en forma de peluche que me acompaña allí sonde voy. Y sí, ¡tengo 35 años!) incluso llegó a tener una novieta, una burrita de Praga muy guapa ella, llamada “Juanita”. Un beso para ti Juanita allí donde estés.



Amor para todos!

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