martes, noviembre 22, 2005

(Capitulo 17)

CAPÍTULO 17

Casi no pude pegar ojo y nunca mejor dicho puesto que el izquierdo seguía doliéndome. Estaba nervioso. La lluvia golpeó con furia mi tejado y lo hizo durante toda la noche. Me dormía y me volvía a despertar. Estaba intranquilo, me preocupaba mi ojo y aunque imaginaba lo que era y había empezado a medicarme no las tenía todas conmigo. Hubo momentos en los que llegué a decirme a mi mismo: “no seas tonto y quédate en el campamento hasta el día que vuelvas a Londres que aquí al menos sabes que si te pasa algo el personal sanitario es español” Pero como mi vida siempre ha sido una lucha y luchar es algo que me motiva mandé mis temores a freír espárragos y a las 5 me levanté, me duché, cogí mis bártulos y me fui a la estación. Llegué con suficiente tiempo como para ser acribillado por los malditos mosquitos que aunque no los he nombrado antes son la pesadilla en estas latitudes.
Antes de seguir con mi relato os explicaré cual iba a ser mi plan para el resto de mi estancia en la India. Primero este tren me llevaría desde Anantapur hasta la costa suroeste de la India, concretamente a Fort Kochin en el estado de Kerala. Diciéndolo parece que estaba allí mismo pero lamentablemente no era así. De mi primer destino me separaban casi 900 Km. y 18 horas de tren. ¡18 horas de tren! Suerte que iba preparado con mi música y mi diario para afrontar ese reto. Mi idea era estar una semana por la costa donde están las playas más bonitas de la India. Tras dejar que mi cuerpo y mi alma reposaran entre arena y rayos de sol, cogería un avión que me llevaría a la capital de La India, Delhi a unos 4000 km. al norte. Allí estaría un día y subiría a otro tren hacia Jaipur en el noroeste, cerca de Pakistán donde el desierto hace de frontera natural entre estos dos países “tan amigos”. Desde allí atravesaría todo el norte de La India desde oeste a este pasando por Jaisalmer, Agra (Taj Mahal) y finalmente Varanasi, la ciudad de los muertos. Tras todo eso volvería a Delhi y subiría a otro avión de vuelta a mi casa en la capital de su graciosa majestad la Reina de Inglaterra.
Volviendo a donde me había quedado, llegó el tren, subí a él, encontré un rincón e intenté dormir un rato más. Lo logré por poco tiempo. Por supuesto no os voy a contar 18 horas de viaje minuto por minuto así que os lo resumiré. Seguí con mi mal de ojo y mi mal rollo. El desasosiego azotaba mi espíritu y si lo sumas a que había dormido poco el resultado era de un bajón moral de aquí te espero. Si en ese momento hubiera tenido a mano una lámpara con genio incluida y me daba igual que fuera un geniecillo de los de tres al cuarto con tal de que me hubiera enviado directamente a mi casa y no a la de Londres sino a la de Lleida. Esto que os voy a decir me está costando escribirlo pero para que veáis hasta donde llega mi sinceridad en este diario os lo diré: TENÍA MIEDO. Yo Fran Valenzuela estaba asustado. Y eso que en peores plazas he toreado pero no me hacía ninguna gracia que mi ojo fuera a peor en la India. Si fuera Europa o cualquier país desarrollado no me importaría pero ponerse enfermo aquí como que no. Para que entendáis a que me refiero os contaré algo que pasó mientras estaba en el campamento. Un fin de semana algunos de los voluntarios se fueron a Hampi y al llegar allí, en el hotel en el que estaban hospedados se encontraron a una chica española que estaba sola, en cama, con fiebre y llevaba así cuatro días y lo peor de todo es que nadie había hecho nada por ella por que nadie sabía lo que le pasaba ni había médico alguno que la pudiera atender. La chica en cuestión no sabe la suerte que tuvo al ser encontrada por mis compañeros que inmediatamente se hicieron cargo de ella y la trajeron al campamento donde tras recibir la atención sanitaria adecuada se recuperó. Y como esas tengo alguna historia más. He visto algún grupo de chicas aventurarse solas y valientes ellas en lo inhóspito de la India, ponerse alguna enferma y al ver lo que les podía deparar el viaje coger el primer avión de vuelta a los brazos de la civilización y ahí os quedáis la India y la madre que la p… Si señores, venir al tercer mundo pensando que es como ir a Paris a ver la Torre Effiel es que hay que ser iluso, aunque si quieres también puedes ir de hoteles de lujo y no salir de ellos más que para que te lleven de excursión, pero eso no es la India. Aquí los hospitales no tienen parecido alguno a los nuestros y los médicos brillan por su ausencia. Aquí hay que sobrevivir y hacer este viaje sólo no era la mejor idea pero como ya os he dicho luchar es lo que a mí me va. Mientras puedo peleo como un jabato y soy capaz de salir a flote del agujero más profundo. Solo una vez en mi vida no pude luchar por lo que más quería pero esa es otra historia.
En todo el viaje solo sucedió una cosa digna de mención y es que en un momento de los que estaba de los nervios fui al lavabo del tren a mojarme un poco la cara a ver si me refrescaba pero no recordé que los trenes indios carecen del elemento rey. Como vi que no salía agua del grifo busqué algo que pudiera hacerla aparecer. Lo único que encontré fue una cadena con un mango de madera rojo que colgaba de la pared justo al lado del grifo y no había cartel alguno que indicara su utilidad. No las tenía todas conmigo pero era lo único que parecía que pudiera conseguir el milagro de que de ese grifo saliera agua. Tiré poco a poco de la cadena hasta que, de repente, algo se activó y empezó a hacer un ruido de aquí te espero. ¡Había accionado el freno de emergencia! Salí por patas del lavabo y me metí en mi camarote a verlas venir. Me esperaba lo peor. Después de eso directamente a chirona pues no son nadie los polis indios y si encima eres extranjero no te digo nada. Pero la divina providencia se apiadó de mí ya que nadie vino a buscarme. Creo que lo debieron achacar a que el tren ya estaba como para jubilarlo de lo viejo que era y ya habría sufrido algún percance parecido. Vaya susto me llevé aunque al rato me estaba riendo solo de pensar lo que diría mi padre, todo un veterano de RENFE, cuando se lo contara.
A las 18 horas de viaje llegué a Fort Kochin. Pasaban 30 minutos de medianoche. Bajé del tren y me quedé sorprendido de lo que vi, calles asfaltadas, un montón de tiendas con lo último en tecnología, coches de última generación. Estaba como perdido, había pasado del infierno al cielo en un solo día. Que rara es a veces la vida y que caprichosamente reparte su suerte entre los humanos. Me encontraba en el mismo país pero parecía que hubiera viajado en el tiempo y que Anantapur se encontrara siglos atrás. El cansancio me convenció de que debía dejar de divagar y que una cama sería un buen final para ese día.
Suerte que el hotel me lo habían solucionado Chicho y Fernanda ya que antes de volverse a Barcelona habían estado un par de días allí y como les había gustado les pedí que me reservaran una habitación. El problema fue encontrarlo. El conductor del rickshaw estuvo dando vueltas casi una hora y media mientras yo en el asiento de atrás me desesperaba y no veía el momento de llegar a mi habitación y cerrar por un rato mis maltrechos ojos. Finalmente un policía acertó indicarnos el camino y yo pude conciliar el sueño.
Antes de seguir me gustaría explicaros el por qué Kerala era tan diferente a Anantapur siendo los dos estados de la India. Kerala ha sido históricamente el primer estado indio con un gobierno comunista y eso se ha notado en el desarrollo que ha tenido en estos últimos años. Para mi modesta opinión el comunismo aun habiendo demostrado su ineficacia en la mayoría de países en los que gobernó, en la India se dan una serie de circunstancias que creo yo lo hacen casi necesario. Para que la India avance necesita acabar con dos tabúes, uno son las castas que aunque teóricamente abolidas siguen existiendo en la práctica y son los de castas superiores los que gobiernan este país de un modo bastante autárquico olvidando que la mayoría son pobres y he visto como les da igual. El otro tabú es la religión en la que también las castas siguen vivas además de impedir que mejores tu estatus social ya que el hinduismo dice que si eres un sin casta e intentas mejorar eso, en la siguiente vida volverás atrás así que ya ni lo intentan y se conforman con lo que son. Por todo ello creo que el comunismo es el único tipo de gobierno que puede acabar con ese desequilibrio social y hacer que la India ocupe el lugar que se merece, por historia y por capacidad. El tiempo me dará o me quitará la razón, ya lo veremos.
Mi estancia en Fort Kochi duró tres días en los que, aparte de comprar una nueva cámara de fotos, me dediqué a pasear y a contemplar.
Fort Kochi es una antigua colonia portuguesa y eso se nota en el nombre de las calles y en la estética de los edificios de estilo colonial incluso en la gastronomía se nota esa influencia lusa. Para mí fue una suerte poder mimar mi delicado estómago con alguna delicatesen de origen marino, como alguna que otra langosta y demás crustáceos.
Una de las excursiones que hice fue recorrer en un barco típico los Back waters. Estos son como si un trozo de mar se hubiera colado tierra adentro y transcurriendo paralelo al mar de Arabia partiera la costa en dos. Era como un inmenso río de agua que ni era dulce ni era salada y estaba surcado por miles de pequeños canales que se comunicaban entre si. El paisaje recorría toda la gama de verdes desde el más claro al más oscuro y las pequeñas islas llenas de frondosas palmeras surgían por doquier dando el aspecto a los Back Waters de un enorme queso de grullere. Las seis horas de excursión fueron un poema a la vista, un paseo en la tranquilidad y una invitación a la meditación, en definitiva, un pequeño viaje a la belleza.
De vuelta, el destino hizo que uno de los compañeros de excursión se hospedara en el mismo hotel que yo y como suelen hacer las almas viajeras, a veces, se juntan para transformar su soledad en amistad. Desde ese día y durante casi dos semanas Dalip y yo compartimos nuestro viaje y viajamos junto a nuestra amistad.
Había decidido ir a las playas de Kovalam, más hacia el sur, casi en la punta de la India donde se juntan el mar de Arabia y el Océano Indico. Lugar mágico para los indios. Dalip, que no tenía plan alguno decidió seguirme en mi aventura. Así que cogimos un tren dirección a la capital de Kerala, Trivandrum y allí un taxi nos llevó hasta Kovalam, 20 Km. más al sur.
Nos hospedamos en un hotel con vistas al mar. ¡Que menos! Allí pasamos los cuatro días siguientes. La casualidad hizo que encontráramos a otro de nuestros compañeros de excursión de los Back Waters, Andrei, que al igual que Dalip era inglés. Dalip de Liverpool y Andrei de Londres aunque los dos tenían algo en común, sus raíces no eran inglesas sino que Dalip era medio indio y Andrei medio ruso. Y siguiendo con las casualidades, en medio de la playa me encontré a Imma que si recordáis fue una de las visitantes con las que pasé mi primer fin de semana en el campamento de la Fundación. A ver si hacéis memoria, Imma fue la chica que después de escuchar a una de las indias del programa “mujer a mujer” lloró como si del ultimo capítulo de Heidi se tratara.
Y los cuatro disfrutamos juntos de Kovalam. Repartimos nuestro tiempo entre playa y paseos. Saboreamos la gastronomía local y los placeres de los masajes ayurvédicos nos llenaron el cuerpo de tranquilidad y paz a través de unos aceites especiales de olor penetrante y de efectos relajantes. Fueron cuatro días compartidos entre cuatro amigos que charlaron sin parar junto a una cerveza y con el sonido de las olas del mar chocando unas contra otras como música de fondo.
Y así transcurrió mi semana en Kerala.


¡Amor para todos!

1 comentario :

Anónimo dijo...

y el ojo, que pasó con el ojo?