viernes, septiembre 23, 2005

(Capitulo 9)

Pasados los primeros días en los que todo era nuevo y emocionante la semana se hizo monótona, no por pesada o aburrida sino porque cada día era un poco más de lo mismo. Seguía siendo testigo de lo dura que es la vida en esta provincia, posiblemente la más pobre de La India. Día a día asistía impasible al dantesco espectáculo que era ver pacientes. Pero como humanos que somos al final te acostumbras a todo y si encima haces algo por ellos pues lo llevas mejor.

Otra historia ha sido mi lucha diaria por la fisioterapia en la Fundación ya que brilla por su ausencia. Tanto Mutu como Naga se han habituado a tirar de la cirugía como el que receta una aspirina. Que te duele el pie, pues a quirófano. Que hay que ganarle unos grados a la rodilla, pues a quirófano. Y eso no es así. Los pacientes son seres humanos y si podemos ahorrarles el mal trago de pasar por quirófano, mejor. Para mí ha sido triste ver como la cirugía le ha quitado el sitio a la rehabilitación. Los fisios de aquí se han mal acostumbrado a la rapidez de resultados de la cirugía. Sí que es verdad que lo que en fisioterapia tardas meses con la cirugía un par de cortecitos y ya está. ¡Pero señores intentemos ahorrar algo de sufrimiento a esta gente que bastante tienen ya!

Dejando de lado mi guerra particular el resto de cosas han sido más agradables. He ido conociendo un poco más a cada uno de los voluntarios y ya se sabe, la cabra tira al monte y Dios los cría y ellos se juntan, que traducido al cristiano quiere decir que siempre te caen mejor unos más que otros y vas haciendo tu grupito. ¡Misterios de las relaciones humanas! Aparte de Chicho y Fernanda que son como mi familia en la India hay un par de voluntarios que me gustaría que conocierais. En primer lugar esta Ariadna que si recordáis es el primer voluntario que conocí. Es alta y delgada como un palo de escoba. Morena de pelo ondulado ni largo ni corto que casi siempre lleva recogido en un pequeño moño. Es de Girona, ingeniero industrial de unos 25 años y como persona es genial. Es el tipo de mujer que te encantaría tener como amiga. Ahora que todo es un recuerdo en mi memoria hecho de menos nuestras charlas sobre cualquier tema. También hemos compartido malos momentos ya que aquí un día u otro tienes el bajón y tener alguien a tu lado con quien desahogarte no tiene precio. Lo mejor de todo es que sé que tengo una buena amiga para mucho tiempo.

El otro voluntario que quiero que conozcáis es Jordi. También es alto y delgado y también es de Girona aunque él es arquitecto. Es un buen tío, poco hablador pero lo poco que dice es con sustancia. Me hubiera gustado compartir algo más de tiempo con él pero seguro que el futuro me brindará la oportunidad de ello.

Estoy convencido de que más de un mal pensado, y sé que si digo sus nombres acertaré, habrá dicho: “me juego el cuello a que Fran le ha tirado los trastos a Ariadna” Pues se equivoca. Yo sigo con mi vida casi de “Lama” y ahora he empezado con lo de ser celestino porque si en algo me he empeñado desde que estoy aquí es en que Ariadna y Jordi acaben juntos. Sí, ya se que soy un poco maruja pero es que yo también tengo mi lado femenino y desde un principio vi claro que estos dos se gustaban pero que la timidez les podía. Y ahí entro yo en escena. Cual cupido caprichoso he lanzado mis flechas a diestro y siniestro. Por ahora el resultado no es que sea el que yo me esperaba pero tiempo al tiempo y el que espera recoge(o se cansa, no se yo).

Amoríos y demás cantinelas aparte hubo otra cosa que me hizo más amena la semana y fue que el equipo médico “from Spain” había organizado una excursión a Hampi y quieras o no la perspectiva de pasar un fin de semana lejos de esta miseria me hacía ilusión. Hampi es un sitio muy especial para los hindis, es una especie de ciudad santuario a unas 4 horas en coche de aquí. Total, el fin de semana llegó y todo el grupo, Chicho, Fernanda, Robert, Paco, Adriana, su hermano, Sergi y yo montamos en nuestros coches alquilados y andando que es gerundio. Y como la perfección es algo que dista mucho de ser humano, nuestro viaje no iba a ser perfecto y tuvimos un pinchazo. Algo sin importancia que, además, nos sirvió para aprender algo y es que el tiempo en la India es, aparte de relativo, diferente. Con ello quiero decir que si un indio, como nuestro conductor, te dice que en 15 minutos el pinchazo está solucionado eso quiere decir que como mínimo vas a esperar una hora. Desde ese momento en adelante cada vez que algún nativo me decía la duración de algo yo le preguntaba: “¿en tiempo indio o europeo?” Anécdotas a un lado el viaje siguió su curso. Yo me traje mi música, ¡cómo no!, para amenizar la excursión a mis compañeros y los adelantamientos temerosos casi rozando el desastre, los volantazos y frenazos típicos en las carreteras indias se hicieron más llevaderos al son de U2.

Llegamos Hampi a la hora de comer y fuimos a un restaurante a orillas del río Tungabhadra que alguien nos había aconsejado. No se equivocó. La comida fue tan buena como el paisaje. Desde nuestra mesa veíamos el río avanzar “cadencioso y sin parar” por entre árboles y templos. El verde de las palmeras se combinaba a la perfección con el rojo de los antiguos edificios mientras los rayos de sol jugueteaban en las azules aguas del rió haciendo que sus brillantes destellos se repartieran por doquier convirtiendo el paisaje en una fantasía digna del mejor sueño. ¿Qué más se puede pedir?...

Hampi se divide en dos, una parte en cada orilla. La pena es que a la otra orilla no se podía pasar debido a que las lluvias que el monzón había dejado tras de si muy amablemente, habían aumentado el caudal del río de una manera peligrosa y las típicas barcas que lo cruzan permanecían varadas en la orilla, tediosas y aburridas mientras sus barqueros veían como se les esfumaba el negocio. ¡Pobres!

La orilla en la que nos encontrábamos estaba dominada por uno de los muchos templos que por allí había, concretamente el más alto de todos. Era de forma piramidal al estilo de los templos mayas y aztecas que si no es porque sabía que estaba en la India hubiera jurado que estaba en Méjico. Desde el templo y hasta un pequeño promontorio que había enfrente se extendía la avenida principal bordeada de pequeñas tiendas donde se vendía todo tipo de artesanía india. Les faltó tiempo a Chicho y a Fernanda para practicar su deporte preferido el “shopping”. Ya a las afueras del pueblo se encontraban, repartidos por doquier, diferentes edificaciones como la casa del rey, los baños de la reina, el templo al Dios Ganesh, el templo de la música, etc. Y ahora una pequeña lección de historia: resulta que hace muchos, muchos años, incluso antes de que yo naciera, Hampi había sido la capital del reino del sur. Había sido rica y próspera hasta que los queridos hijos de Mahoma la invadieron dejándola casi en ruinas.

El atardecer fue precioso. El sol se dejo caer a un lado cansado de brillar y desapareció por entre las aguas del río sumergiéndose en un merecido baño después de tanto calor.

Ya a última hora y tras una buena pateada, volvimos al hotel. Una habitación doble con baño, una mosquitera y poco más que compartí con Chicho por la módica cantidad de 100 rupias (2 €).

A la mañana siguiente me levanté antes que nadie y subí a la terraza desde la que se divisaban tanto el río como el templo, este último casi podía tocarlo con las manos de lo cerca que estaba. El sol ya había salido y el momento me invitaba a la meditación. No me negué y dejé mi mente en blanco durante un rato, un buen rato.

Tras el desayuno cogimos un guía e hicimos el recorrido completo a Hampi, lo que nos llevó casi 4 horas pero valió la pena. Si tuviera que destacar algo sería el templo de la música. Arquitectónicamente era sobresaliente con un montón de columnas esculpidas de maneras diferentes simbolizando a los miles de dioses que habitan esta religión. El edificio principal era una construcción de columnas sin paredes donde antiguamente tocaban los músicos para deleite de los cortesanos. La manera con que tocaban es muy curiosa ya que lo hacían golpeando con finos palos de madera las delgadas columnas que estaban repartidas por todo el templo. El guía nos hizo una demostración y os aseguro que aquello sonaba a las mil maravillas.

Acabado el recorrido volvimos a Anantapur y tras 4 interminables horas de coche el cansancio se apoderó de nosotros y nos derrotó sin ofrecerle resistencia. Y mañana será otro día.

¡Amor para todos!

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