miércoles, agosto 24, 2005

(Capitulo 4)

Tenía todo el fin de semana por delante para conocer a mis nuevos compañeros y familiarizarme con mi nueva casa. Pero primero os hablare del campamento, de RDT. No es bonito ni feo, diferente a todo lo que le rodea. Es como un oasis en medio de un desierto, o si lo preferís, es como una gota de calma en un mar tempestuoso. Salir de RDT es adentrarse en el caos, en el ruido, la polución, meterse hasta el fondo en un paisaje de locura y descontrol que es lo que es Anantapur. El campamento se compone de casitas de una sola planta. Las hay grandes y pequeñas pero, en general, son cómodas y agradables, suficiente para estar aquí una temporada. Tras pasar el control de los guardias de la entrada se abre una larga y espaciosa avenida salpicada de pequeños y frondosos árboles de los que, a veces, cuelgan simpáticos monos. Al principio de la avenida, a ambos lados se encuentran las diferentes oficinas de RDT y, más a la izquierda, están las viviendas de la familia Ferrer. Si seguimos recto por la avenida principal nos encontramos las casas de los trabajadores de RDT que por una u otra razón no viven en la ciudad. Un poco más adelante está la famosa y concurrida tienda de la Fundación. Si entráramos nos encontraríamos con Alex y Natalie que son los occidentales que la llevan junto con personal indio. Más de uno ya nos hemos dejado un buen fajo de billetes comprando todo lo que se nos pone por delante, desde típicos vestidos indios pasando por anillos y pulseras hechos de madera de coco, tapices y sandalias, etc.… Tras pasar la tienda y hasta el final se encuentran las casitas de los voluntarios y visitantes. A su izquierda, por detrás, están la cocina y la biblioteca junto con la sala de actos. Todo lo que queda a la izquierda de la cocina son más casa de trabajadores y las cocheras. ¡Ah! Se me olvidaban mis queridos chuchos que patrullan sin descanso en un grupo de 5 ó 6 todo el campamento y no dejan vivo al pobre animal que ose entrar sin su consentimiento, ¡menudos son!

Ahora que os he descrito mi nueva casa os hablaré del fin de semana. Fue tranquilo ya que la mayoría de los voluntarios se habían ido a Bangalore a celebrar el cumpleaños de Joana, una menorquina que hace las funciones de secretaria del bueno de Vicens. Así que estaba más solo que la una. Menos mal que al final apareció algún visitante por allí y como no tenía nada mejor que hacer me uní a ellos. Visitamos una serie de proyectos de la Fundación. Primero vimos una pequeña presa, que aunque no muy grande, en una región tan seca como esta, agua es sinónimo de vida. Más tarde estuvimos en un proyecto de agricultura y finalmente fuimos a un pequeño poblado donde RDT había construido casas y a las familias más numerosas y pobres les había regalado búfalas (ya que aquí se bebe mucha leche de búfala). Me emocionó el discurso de una mujer de mediana edad (aquí eso debe ser unos 25 años) que durante un cuarto de hora nos habló de cómo la Fundación a través del proyecto “mujer a mujer” la había enseñado a leer y a escribir y cómo todo junto había dado un nuevo sentido a su vida y le había proporcionado una autoestima de la que, por desgracia, carecen la mayoría de mujeres en La India. A mi casi se me saltan las lagrimas pero a Imma, que estaba a mi lado, se le saltaron como si del ultimo capitulo de Heidi se tratara.

El resto del grupo lo completaban Jordi y Pepa, un matrimonio muy majo de Valencia (un besote para vosotros). Y, finalmente, Robert y Jordi, un par de amigos de Sabadell que se iban a pasar la nada despreciable temporada de 6 meses por La India (unos verdaderos héroes, eso es lo que son).

El domingo por la tarde aparecieron dos personas con las que, desde ese momento, iba a compartir la mayor parte de mi tiempo. Eran Chicho y Fernanda. Chicho es un traumatólogo de Barcelona, de unos 55 años pero con el espíritu y la energía de un chaval de veintitantos. Un pedazo de persona de la que he aprendido mucho y de la que espero seguir siendo amigo durante mucho tiempo. Luego esta mi querida Fernanda, enfermera instrumentista que es la mano derecha de Chicho y que son el uno al otro como Quijote y Sancho Panza, diferentes pero inseparables aun sin ser pareja (mas de uno lo pensamos al principio). Fernanda es una mujer de las que hay pocas, siempre ayudando y preocupándose por todos, es muy cariñosa pero no os confundáis ya que menudo genio tiene la condenada cuando se cruza. Juntos hemos pasado buenos y malos momentos, como mas tarde leeréis, de esos momentos que solo recordarlos se te dibuja una enorme sonrisa en tu cara y te hacen sentir muy bien.

Y así transcurrió el fin de semana, el primero en La India.

¡AMOR PARA TODOS!

miércoles, agosto 17, 2005

OPERANDO A UN NIÑO CON UN PIE ZAMBO

MAMOMO
NUESTROS AYUDANTES INDIOS COMIENDO COMO SE HACE EN LA INDIA CON LAS MANOS

MAMOMO
NOSOTROS EN QUIROFANO

MAMOMO
NAGA, DR. CABOT, EL MENDA, BIMA

MAMOMO
NAGA Y YO EN EL QUIROFANO

MAMOMO
LAS ENFERMERAS Y YO

MAMOMO
GEMELAS RECIEN NACIDAS EN EL HOSPITAL DE BATALAPALI 2

MAMOMO
FER(LA ENFERMERA) PASANDO VISITA

MAMOMO
ESPERANDO A QUE PASE EL TREN

MAMOMO
ENTRADA AL CONSULTORIO

MAMOMO
EL DUO DINAMICO CHICHO Y YO.JPG

MAMOMO
DR. CABOT A LA ENTRADA DEL MEJOR RESTAURANTE DE LA CIUDAD

MAMOMO
DIOS COBRA

MAMOMO
COMPA�ERA DE HABITACION

MAMOMO
CABOT Y NAGA

MAMOMO

(Capitulo 3) BANGALORE-ANANTAPUR

Las cosas buenas de los hoteles de lujo es que, ya que pagas, exiges. Y eso es lo que hice yo. Me dirigí a recepción después de mi desayuno y les pedí que me buscaran todos los trenes que salían ese día hacia Anantapur, a que hora y en que sitio exacto debía comprar el billete.

Tras anotar toda la información pedí un taxi y fui directo a la estación. Entonces me di cuenta de por qué me habían aconsejado que no viajara en taxi. Me explico, el día anterior el rickshaw haciendo el mismo trayecto me había costado 30 rupias, el taxi me costó 350. Normal que haya cientos de rikshaws en la India, con esa diferencia de precio cualquiera vuelve a coger un taxi.

La cuestión es que llegue a la estación, que por cierto, estaba mas vacía y tranquila que el día anterior. Me dirigí a una de las muchas ventanillas que había en la estación, concretamente a la que ponía “billetes para hoy”. Parecía que la cosa era fácil. Tras un pequeño problema con el inglés del taquillero y tras la inestimable colaboración de una occidental que estaba detrás mío (yo no me había dado cuenta) conseguí, por fin, mi billete a Anantapur. Me costó 75 rupias. El tren salía a las 2pm y eran las 12. Tenía tiempo de ir a dar una vuelta. He de reconocer que la vida del mochilero es dura porque, ¡Dios mío como pesaba la puñetera mochila¡ Cómo me acordé de mi querida maleta con ruedas, pero en la India no había sitio para ella, ¡que pena¡

Ya era mi segundo día en la India pero aun no me había habituado a que me mirara todo el mundo. Vale que fuera el único occidental por estos lares pero es que me sentía como el mono albino del zoológico. Los alrededores de la estación eran una fiesta multicolor. Se mezclaban los diferentes colores de los saris de las indias (que iban desde el naranja más chillón al blanco mas puro) con los colores de los diferentes puestos callejeros donde se vendían todo tipo de frutas: plátanos, mangos, piña, cocos… Yo creo que si viéramos la India desde un satélite seria como ver una bolsa de caramelos de todos los sabores, un arco iris de mil colores.

Volví a la estación con el suficiente tiempo de localizar mi tren y acomodarme en mi asiento. Estaba en el anden 5. Lo que allí me encontré no es que me asustara pero lo que había delante mió era como un vertedero de basura en forma de tren de principios del siglo pasado. La gente ya se apelotonaba en los vagones de clase general. No había asientos, bueno sí que había pero eran mas bien los restos, rotos y sucios. Los animales también viajaban allí. ¿Os podéis imaginar qué olor? Decidí que la clase general todavía no era la mía. No sabía como funcionaba esto de las categorías de los vagones pero alguien encontraría que me lo pudiera explicar y fui en busca de ese alguien. El tren era largísimo y estaba tirado por una de esas máquinas que seguramente mi abuelo, que era jefe de estación, hubiera reconocido como una de las primeras que circularon por la España de Alfonso XIII. Como no encontraba al revisor ni nadie relacionado con el tren recurrí al truco de la ropa. Este truco sólo se puede emplear, casi exclusivamente, en países tercermundistas y consiste en localizar al o los viajeros que vistan las mejores ropas y seguirlos. A lo lejos vi una familia muy bien vestida y que no llevaban ninguna maleta, ¡cómo no!, tras ellos iba un sequito de pobres y harapientos dalits (que así se llaman los intocables o “sin casta”) llevando todas sus maletas. Me fijé en que vagón subían y allí subí yo. En la puerta se leía “A/C SLEEPER”, o sea, era la 1ª clase india. No voy a decir que me defraudara la 1ª clase pero es que suciedad había por todas partes. Al menos había asientos, manchados a modo multicolor (como la India) pero, al fin y al cabo, eran asientos. También había aire acondicionado, la versión India, un ventilador que se agarraba del techo como podía y hacía más ruido que aire. Otra diferencia entre 1ª y el resto es que el resto carece de ventanillas, solo hay barrotes de hierro que, visto desde fuera, parece un vagón prisión. En 1ª tenemos ventanillas tintadas para que no se nos vea desde fuera, debe de ser la moda.

Ya acomodado en mi asiento me dediqué a observar el andén. La gente iba de una lado al otro, unos descalzos y otros con sucias y gastadas sandalias igual que las ropas que vestían. Había montones de carromatos tirados por hombres que vendían todo tipo de cosas, desde plátanos, pasando por bolsas de patatas y otros productos que no sabría definir, mas que nada porque no se ni lo que eran. De pronto, a mi derecha vi que se formaba un pequeño tumulto. Había un hombre mas bien alto (comparado con la media de la India) y extrañamente bien vestido que llevaba cogido de la pechera a un pobre Dalit (la casta más baja). No fue difícil deducir que el alto era policía. El pobre Dalit estaba aterrorizado, como si ya hubiera pasado por esa situación y supiera la que le iba a caer encima. El poli lo zarandeaba como si fuera un trapo sucio. Por desgracia, el Dalit se resistía a ser llevado a la comisaría y el poli empezó a propinarle una serie interminable de collejas de esas que duelen solo de verlas. Al final los perdí de vista. Yo no se qué es lo que enseñan en las academias de policía indias, si es que tienen, pero lo que si se es que una de las asignaturas debe de ser la de dar collejas porque, ¡madre mía con que gracia las daba el puñetero!

El tren salió a su hora con una puntualidad inglesa, herencia de los casi tres siglos que los hijos de su graciosa majestad se pasaron aquí a expensas de los pobres indios. Quedaban 5 horas de viaje por delante, casi 250 Km. por recorrer y la mejor manera de pasar ese rato era contemplando el espléndido paisaje que tenía delante mío y, a la vez, acompañarlo de música. Creo que la música es al paisaje como el vino a una buena carne, imprescindible. La voz suave de Diana Krall empezó a mezclarse con el verde de la India. Era un verde fuerte, brillante por los restos de lluvia que habían caído. Era un verde salpicado de una tierra roja, muy roja, casi granate. Predominaban las pequeñas plantas sobre los árboles y a medida que avanzábamos el verde se iba dilatando hasta casi desaparecer. Nos adentrábamos en una tierra árida, tan árida como pobre, así es Anantapur. Como muy bien dice Vicens Ferrer: “Anantapur es tan pobre que incluso los monzones evitan pasar por ella”. Así estaba yo, ensimismado con el paisaje cuando el revisor del tren llamó mi atención. Al tener billete de general y estar en 1ª clase tuve que pagar la diferencia. El billete pasó de las 75 rupias que me había costado general a 550. Comprendí porque mi vagón estaba casi vacío. No es que fuera mucho dinero para un occidental, ya que solo suponían 11 euros, pero para la mayoría de los habitantes de este pobre país era casi el sueldo de un mes. No hicimos muchas paradas pero en cada una de ellas una legión de chavales portando bandejas repletas de lo que parecían ser dulces invadían mi vagón. No me atreví a probar nada, si queréis podéis llamarme cobarde pero si vierais en que estado estaban las bandejas y lo repletas que iban de moscas y otros insectos por el estilo a ver que hubierais hecho vosotros.

A las 7 de la tarde llegamos a Anantapur. Estaba oscureciendo pero en el cielo brillaba una bonita luna. Ahora solo me quedaba llegar a RDT que es como aquí se llama el campamento de la Fundación Vicens Ferrer. Salí de la estación y vi una parking lleno de rikshaws. Todos los conductores se agolparon a mi alrededor y empezaron a gritar al unísono como si de una coral se tratara: RDT, RDT, RDT. No hace falta ser muy listo para deducir que al único sitio que va un blanco en Anantapur es a RDT. Pregunté el precio del viaje, y el que parecía ser el cabecilla de “la coral” me dijo que 60 rupias. Daba igual, solo quería llegar al campamento y esta vez el precio sí que era lo de menos aun a sabiendas de que podía sacarlo más barato. El trayecto fue como todos los que había hecho en rickshaw, de locos. Llegué a RDT y ya me estaban esperando. Sasi, un indio alto y con un castellano casi perfecto, me dio la bienvenida, la llave y me acompañó hasta mis aposentos. Me duché, me cambié de ropa y me sentí como un hombre nuevo. Fui a la cantina a cenar algo y cual fue mi sorpresa al ver que el menú se componía de tortilla de patatas y pan con tomate. Cómo se notaba que el bueno de Vicens Ferrer era catalán. A mi lado se sentó una chica alta y delgada de nombre Ariadna. Era una ingeniero de Barcelona que estaba de voluntaria y ya llevaba allí casi dos meses, por lo que me fue como anillo al dedo para ponerme al corriente de cómo funcionaban por aquí las cosas. Más tarde me presentó a unos cuantos más de los voluntarios y empezamos una agradable conversación basada en quién era quién y qué hacía allí. Ya me sentía como en mi casa. Aunque la compañía era grata yo estaba demasiado cansado como para alargar la charla. Me despedí de todos y fui a mi habitación. Caí en la cama como un saco roto y Morfeo, dios del sueño, hizo el resto.

viernes, agosto 12, 2005

(Capitulo 2) DELI Y BANGALORE

Me desperté ligero, o sea, había dormido como un tronco. El cosquilleo en mi estomago era ya permanente. Bajé a tomar el desayuno. El comedor era como un enorme patio andaluz pero sin gazpacho. ¡Que pena! Como no quería empezar a castigar mi estomago con extrañas comidas, me limité a un huevo duro y un café pensando que durante el vuelo a Bangalore podría comer algo. Que iluso fui.

Llegué al aeropuerto, a la zona de vuelos domésticos y empecé a preocuparme ya que no veía ningún cartel donde pusiera el nombre de la compañía con la que iba a volar. Mi miedo provenía del hecho de que esta compañía la había encontrado en Internet y por casualidad. Encima, el vuelo que en otras compañías costaba 500€ en esta eran solo 80€. Pensé que todo había sido una broma de mal gusto de algún hacker de esos que campan a sus anchas por Internet. Pero mi estrella volvió y al final del aeropuerto vi un enorme cartel en rojo “SPICEJETque así se llamaba la compañía, algo como “VUELOPICANTE”, ya me dirás tú… Paró el taxi. No había puesto el pie en el suelo que mi mochila ya se encontraba en un carrito y era empujado por un “chaval” que me sonreía. No sabría decir su edad pero sí era evidente que tenía el Síndrome de Down. En la ventanilla de Spicejet había una molesta cola, pero cual fue mi sorpresa cuando mi sonriente portaequipajes, percatándose de mi molestia, cogió mi copia de la reserva, se salto la cola y, como el que no quiere la cosa, estampo el papel en la cara de la azafata de turno. Para que luego alguien me diga que un Síndrome de Down es un retrasado, el retrasado es quien piense así. Muy contento cogí mi billete y me despedí de mi salvador no sin antes darle 100 rupias ya que aquí es la moda y, porque no, el hombre se las merecía. Os puedo decir que no se si 100 rupias aquí es mucho o poco pero la sonrisa sincera y agradecida con la que me correspondió me hizo sentir bien, muy bien.

El día se las prometía felices. Entré en el vestíbulo, facturé la mochila y fui a esperar mi avión, sentado, dejando que la música de Frank Sinatra, nuestro querido Frank (del Nano y mió) siguiera alegrándome el día: “…the girl from Ipanema… she never looks at me…”. El vuelo salio con casi 3 horas de retraso debido a las lluvias e inundaciones que estaban azotando Bombay. Y yo con un hambre que… Allí me di cuenta que Spicejet era la Ryanair de la India. Las azafatas, muy indias y muy monas ellas, nos amenizaron el vuelo con una “botellita” de agua y una “bolsita” de patatas. Me temí lo peor y no me equivoqué. Le pregunté muy cortésmente a la azafata y en un tono casi de súplica, si iban a darnos algo más de comer. Ella sonrió, muy mona y muy india ella, y dijo: “Pues va a ser que no”.

Nooooooooooooooooooooooo! Sabía yo que tenia que haber desayunado fuerte.

Hubo una escala en Ahmedabad donde llovía a cantaros y más tarde me enteré que se estaba inundando. Me hizo gracia ver que bajo la lluvia, mientras estábamos aparcados, había un soldado al lado del avión con paraguas y fusil en ristre. Yo me preguntaba de que narices nos protegía, si del ataque de un tigre de bengala o quizás mi querido e ilustrado padre tenia razón y las cobras son tan peligrosas que… ¡Vaya tontería!

Eran casi las 8 de la tarde, 3 horas más tarde de lo previsto, cuando llegaba a Bangalore. Dicen que es la “Silicon Valley” de la India pero todavía busco la similitud, más bien debe ser una metáfora porque ¡vaya desastre de ciudad! Todo iba bien hasta que llegué a la estación de trenes. Aquello si que era un caos. El edificio, que parecía “nuevo”, estaba abarrotado de gente gritando (como no) y de ventanillas donde se suponía iba a comprar mi billete a Anantapur. Fue imposible. Si alguien alguna vez se ha sentido solo allí se hubiera sentido como en una isla desierta. Era el único occidental en muchos kilómetros a la redonda. Nadie me hacia caso y nadie hablaba ingles.

Estaba cansado y era tarde por lo que decidí intentarlo al día siguiente. Busqué un hotel en mi guía (menos mal que la llevaba) y encontré uno que parecía estar bien. Como no iba a estar bien si era un 5 estrellas. Pero no quería arriesgarme a volver a encontrar “compañeros de habitación inesperados” y, ¡que narices! para eso llevo la visa. Cogí un “Rickshaw” que es algo así como un vespino pero con tres ruedas y tapado. Con este artilugio nos adentramos en un caos circulatorio que, a la vez, era un mar de polución. ¡Dios mió que viaje! Íbamos a toda velocidad esquivando gente, coches, carros y lo que se nos pusiera por delante. Y yo que pensaba que mi hermano Oscar era lo más peligroso que había a un volante. Aparcamos delante del hotel. Habitación, cena y a dormir que ya no podía más.

Amor para todos!


jueves, agosto 11, 2005

(Capitulo 1) LONDON-VIENA-DELHI

Todo empezó un 26 de Julio. Londres me despidió como siempre, llorando. Tenía ganas de dejar por un tiempo esta ciudad de histéricos, locos y suicidas. Nada mejor que irse a la India. Cogí un vuelo de Austrian airlines con escala en Viena, a la que llegué ya de noche sin más tiempo que el justo de llegar al hotel y echarme a dormir.

Viena me despertó sonriendo, lo cual agradecí enormemente. Tomé una ligera ducha, un reconfortante desayuno europeo y subí a mi avión con destino final INDIA.
Siempre había oído habla de “la suerte del viajero” pero no sabía a qué se refería esta “suerte”. Ahora lo se. Mi compañero de vuelo era un belga de unos 40 y pocos años, jefecillo en una multinacional japonesa y que para aliviar el estrés del trabajo se pasa un mes pateando por el mundo. La cuestión es que Vincent (que así se llamaba el buen samaritano) ya era la segunda vez que viajaba a la India y me dio unos cuantos consejillos que a la postre me fueron de mucha utilidad.
El vuelo transcurrió distendido, mezclando la música de Jamie Cullum con la conversación de Vincent. Pasadas siete horas de nuestra salida, llegamos al aeropuerto Indira Gandhi de Delhi. Eran las 12:15 de la noche. Noche calurosa y húmeda. El aeropuerto era una jaula de grillos, todo era gente y ruido, ¡y eso que era media noche! Pero lo que más me sorprendió fue el olor, dulce y áspero de ese que se te pega al cuerpo y no te abandona en todo el viaje, como así fue. Tras conseguir pasar la aduana y despedirme de Vincent me encaminé a la búsqueda de un hotel. No sabía como lo iba a conseguir pero siempre he confiado en mi buena estrella (como dice mi amiga Cristina) y mi estrella esta vez se disfrazó de policía. No era un policía cualquiera, resultó que era un poli “para turistas”. Si señor, policía turístico. Al principio creí que era una broma y que el hombre solo quería ganarse algunas rupias haciéndose fotos con turistas como yo. Me vio y se dirigió a mí con una amplia sonrisa y en un excelente inglés me preguntó:
“Mister. ¿Necesita usted ayuda?”
Creo que se me notaba en la cara. Muy amablemente me explicó que era una nueva función de la policía India ya que había mucha gente engañando a turistas. Me acompañó hasta una pequeña oficina donde había un enorme letrero que decía: “Oficina del Gobierno Indio para turistas” o lo que es lo mismo, para despistados como yo. Allí me arreglaron lo del hotel y lo del taxi. Esto último previo pago.
La salida del aeropuerto era un completo caos ya que según me contó el taxista en un inglés “muy a su manera” había mucha gente huyendo de las últimas inundaciones de Bombay. El suelo era como un hormiguero multicolor donde se mezclaban gente, bártulos, perros y…vacas (supongo que sagradas). A partir de ese momento empecé a darme cuenta de que mi aventura había empezado de verdad y los sentimientos se agolparon de repente. Tenía ganas de llorar, pero de alegría. Una alegría extraña. Supongo que siempre había querido hacer este viaje y ahora me encontraba inmerso en él. También creo que echaba de menos a mucha gente. Gente con la que me hubiera gustado compartir este viaje, estos sentimientos, este momento….
Por fin llegué al hotel. No era nada del otro mundo pero suficiente como para dejar caer mis viejos y cansados huesos en la cama. Algo que me enseñó Vincent es que en este país (como en muchos otros) la diferencia entre un Sí y un No son unas cuantas rupias e inmediatamente iba a saber porqué. Resulta que tenía un compañero de habitación. No era hormiga pero tampoco cucaracha, ni grande ni pequeño pero de un tamaño suficiente como para haberme fastidiado la noche. Tras una ardua y extraña conversación, previo pago de 100 rupias, conseguí convencer al animalillo de que volviera por donde había venido y que era mejor negocio intentar picar al vecino de al lado. ¡Así es la India! Y ahora a dormir que mañana no se lo que me va a deparar el día. Pero, por supuesto, primero de todo saqué al pobre “Burrito” de la mochila (para el que no lo sepa es un amigo que tengo en forma de peluche que me acompaña allí sonde voy. Y sí, ¡tengo 35 años!) incluso llegó a tener una novieta, una burrita de Praga muy guapa ella, llamada “Juanita”. Un beso para ti Juanita allí donde estés.



Amor para todos!

martes, agosto 09, 2005

(Introducción) PREFACIO

PREFACIO


Mi nombre es Fran y me voy a enseñar fisioterapia a la India, a una ONG llamada “Vicens Ferrer”. ¿Quién soy yo? A veces es difícil hablar de uno mismo sin caer en la arrogancia o en la modestia pero intentare desnudarme un poco. Soy alguien que cree en el Amor, el Amor gratuito, en toda su grandeza, sin pedir nada a cambio que no sea también Amor. ¡Estoy enamorado del Amor! Soy amigo de mis amigos y, a veces, hasta pienso que el mundo entero es amigo mío. Cosa difícil en los días que corren, o como diría mas de uno, los días no corren, ¡vuelan!
Mi vida se ha caracterizado por una búsqueda constante: de mi mismo, del amor, de un camino. Creo que, más o menos, lo he encontrado todo. Se quien soy y estoy muy a gusto conmigo mismo, cada día más. El amor… lo encontré pero se me escapo de las manos cuando menos me lo esperaba, pero… que bonito fue y cuanto he aprendido de aquellos momentos y de esa persona. Lo digo de verdad, con el corazón en la mano. Creo que me mejoró como ser humano y me hizo ver cosas que antes se me escondían. Incluso podría decir que este viaje se lo debo a ella, ya que ella me descubrió el Amor y este viaje no es otra cosa sino Amor.
De este viaje no espero nada especial. Ayudar en lo posible y, como una esponja, empaparme de todo lo que se cruce en mi camino, absorber cada segundo de este viaje, aprender de cada momento, y experimentar hasta la saciedad. Pero, sobre todo, dar y recibir Amor. Como muy bien dijo mi hermano Edu: “en estos viajes se supone que vas a ayudar, pero realmente, ¿Quién ayuda a quien?



Amor para todos!