
Pulsa sobre la imagen para agrandarla
Mi nombre es Fran y me voy a enseñar fisioterapia a la India, a una ONG llamada “Vicens Ferrer”. Recuerda que el ultimo capitulo siempre sale en primer lugar.
Ahora que os he descrito mi nueva casa os hablaré del fin de semana. Fue tranquilo ya que la mayoría de los voluntarios se habían ido a Bangalore a celebrar el cumpleaños de Joana, una menorquina que hace las funciones de secretaria del bueno de Vicens. Así que estaba más solo que la una. Menos mal que al final apareció algún visitante por allí y como no tenía nada mejor que hacer me uní a ellos. Visitamos una serie de proyectos de la Fundación. Primero vimos una pequeña presa, que aunque no muy grande, en una región tan seca como esta, agua es sinónimo de vida. Más tarde estuvimos en un proyecto de agricultura y finalmente fuimos a un pequeño poblado donde RDT había construido casas y a las familias más numerosas y pobres les había regalado búfalas (ya que aquí se bebe mucha leche de búfala). Me emocionó el discurso de una mujer de mediana edad (aquí eso debe ser unos 25 años) que durante un cuarto de hora nos habló de cómo la Fundación a través del proyecto “mujer a mujer” la había enseñado a leer y a escribir y cómo todo junto había dado un nuevo sentido a su vida y le había proporcionado una autoestima de la que, por desgracia, carecen la mayoría de mujeres en La India. A mi casi se me saltan las lagrimas pero a Imma, que estaba a mi lado, se le saltaron como si del ultimo capitulo de Heidi se tratara.
El resto del grupo lo completaban Jordi y Pepa, un matrimonio muy majo de Valencia (un besote para vosotros). Y, finalmente, Robert y Jordi, un par de amigos de Sabadell que se iban a pasar la nada despreciable temporada de 6 meses por La India (unos verdaderos héroes, eso es lo que son).
El domingo por la tarde aparecieron dos personas con las que, desde ese momento, iba a compartir la mayor parte de mi tiempo. Eran Chicho y Fernanda. Chicho es un traumatólogo de Barcelona, de unos 55 años pero con el espíritu y la energía de un chaval de veintitantos. Un pedazo de persona de la que he aprendido mucho y de la que espero seguir siendo amigo durante mucho tiempo. Luego esta mi querida Fernanda, enfermera instrumentista que es la mano derecha de Chicho y que son el uno al otro como Quijote y Sancho Panza, diferentes pero inseparables aun sin ser pareja (mas de uno lo pensamos al principio). Fernanda es una mujer de las que hay pocas, siempre ayudando y preocupándose por todos, es muy cariñosa pero no os confundáis ya que menudo genio tiene la condenada cuando se cruza. Juntos hemos pasado buenos y malos momentos, como mas tarde leeréis, de esos momentos que solo recordarlos se te dibuja una enorme sonrisa en tu cara y te hacen sentir muy bien.
Y así transcurrió el fin de semana, el primero en La India.
¡AMOR PARA TODOS!
Tras anotar toda la información pedí un taxi y fui directo a la estación. Entonces me di cuenta de por qué me habían aconsejado que no viajara en taxi. Me explico, el día anterior el rickshaw haciendo el mismo trayecto me había costado 30 rupias, el taxi me costó 350. Normal que haya cientos de rikshaws en
La cuestión es que llegue a la estación, que por cierto, estaba mas vacía y tranquila que el día anterior. Me dirigí a una de las muchas ventanillas que había en la estación, concretamente a la que ponía “billetes para hoy”. Parecía que la cosa era fácil. Tras un pequeño problema con el inglés del taquillero y tras la inestimable colaboración de una occidental que estaba detrás mío (yo no me había dado cuenta) conseguí, por fin, mi billete a Anantapur. Me costó 75 rupias. El tren salía a las 2pm y eran las 12. Tenía tiempo de ir a dar una vuelta. He de reconocer que la vida del mochilero es dura porque, ¡Dios mío como pesaba la puñetera mochila¡ Cómo me acordé de mi querida maleta con ruedas, pero en
Ya era mi segundo día en
Volví a la estación con el suficiente tiempo de localizar mi tren y acomodarme en mi asiento. Estaba en el anden 5. Lo que allí me encontré no es que me asustara pero lo que había delante mió era como un vertedero de basura en forma de tren de principios del siglo pasado. La gente ya se apelotonaba en los vagones de clase general. No había asientos, bueno sí que había pero eran mas bien los restos, rotos y sucios. Los animales también viajaban allí. ¿Os podéis imaginar qué olor? Decidí que la clase general todavía no era la mía. No sabía como funcionaba esto de las categorías de los vagones pero alguien encontraría que me lo pudiera explicar y fui en busca de ese alguien. El tren era largísimo y estaba tirado por una de esas máquinas que seguramente mi abuelo, que era jefe de estación, hubiera reconocido como una de las primeras que circularon por
Ya acomodado en mi asiento me dediqué a observar el andén. La gente iba de una lado al otro, unos descalzos y otros con sucias y gastadas sandalias igual que las ropas que vestían. Había montones de carromatos tirados por hombres que vendían todo tipo de cosas, desde plátanos, pasando por bolsas de patatas y otros productos que no sabría definir, mas que nada porque no se ni lo que eran. De pronto, a mi derecha vi que se formaba un pequeño tumulto. Había un hombre mas bien alto (comparado con la media de
El tren salió a su hora con una puntualidad inglesa, herencia de los casi tres siglos que los hijos de su graciosa majestad se pasaron aquí a expensas de los pobres indios. Quedaban 5 horas de viaje por delante, casi
A las 7 de la tarde llegamos a Anantapur. Estaba oscureciendo pero en el cielo brillaba una bonita luna. Ahora solo me quedaba llegar a RDT que es como aquí se llama el campamento de y pan con tomate. Cómo se notaba que el bueno de Vicens Ferrer era catalán. A mi lado se sentó una chica alta y delgada de nombre Ariadna. Era una ingeniero de Barcelona que estaba de voluntaria y ya llevaba allí casi dos meses, por lo que me fue como anillo al dedo para ponerme al corriente de cómo funcionaban por aquí las cosas. Más tarde me presentó a unos cuantos más de los voluntarios y empezamos una agradable conversación basada en quién era quién y qué hacía allí. Ya me sentía como en mi casa. Aunque la compañía era grata yo estaba demasiado cansado como para alargar la charla. Me despedí de todos y fui a mi habitación. Caí en la cama como un saco roto y Morfeo, dios del sueño, hizo el resto.
Llegué al aeropuerto, a la zona de vuelos domésticos y empecé a preocuparme ya que no veía ningún cartel donde pusiera el nombre de la compañía con la que iba a volar. Mi miedo provenía del hecho de que esta compañía la había encontrado en Internet y por casualidad. Encima, el vuelo que en otras compañías costaba 500€ en esta eran solo 80€. Pensé que todo había sido una broma de mal gusto de algún hacker de esos que campan a sus anchas por Internet. Pero mi estrella volvió y al final del aeropuerto vi un enorme cartel en rojo “SPICEJET” que así se llamaba la compañía, algo como “VUELOPICANTE”, ya me dirás tú… Paró el taxi. No había puesto el pie en el suelo que mi mochila ya se encontraba en un carrito y era empujado por un “chaval” que me sonreía. No sabría decir su edad pero sí era evidente que tenía el Síndrome de Down. En la ventanilla de Spicejet había una molesta cola, pero cual fue mi sorpresa cuando mi sonriente portaequipajes, percatándose de mi molestia, cogió mi copia de la reserva, se salto la cola y, como el que no quiere la cosa, estampo el papel en la cara de la azafata de turno. Para que luego alguien me diga que un Síndrome de Down es un retrasado, el retrasado es quien piense así. Muy contento cogí mi billete y me despedí de mi salvador no sin antes darle 100 rupias ya que aquí es la moda y, porque no, el hombre se las merecía. Os puedo decir que no se si 100 rupias aquí es mucho o poco pero la sonrisa sincera y agradecida con la que me correspondió me hizo sentir bien, muy bien.
El día se las prometía felices. Entré en el vestíbulo, facturé la mochila y fui a esperar mi avión, sentado, dejando que la música de Frank Sinatra, nuestro querido Frank (del Nano y mió) siguiera alegrándome el día: “…the girl from Ipanema… she never looks at me…”. El vuelo salio con casi 3 horas de retraso debido a las lluvias e inundaciones que estaban azotando Bombay. Y yo con un hambre que… Allí me di cuenta que Spicejet era la Ryanair de la India. Las azafatas, muy indias y muy monas ellas, nos amenizaron el vuelo con una “botellita” de agua y una “bolsita” de patatas. Me temí lo peor y no me equivoqué. Le pregunté muy cortésmente a la azafata y en un tono casi de súplica, si iban a darnos algo más de comer. Ella sonrió, muy mona y muy india ella, y dijo: “Pues va a ser que no”.
Nooooooooooooooooooooooo! Sabía yo que tenia que haber desayunado fuerte.
Hubo una escala en Ahmedabad donde llovía a cantaros y más tarde me enteré que se estaba inundando. Me hizo gracia ver que bajo la lluvia, mientras estábamos aparcados, había un soldado al lado del avión con paraguas y fusil en ristre. Yo me preguntaba de que narices nos protegía, si del ataque de un tigre de bengala o quizás mi querido e ilustrado padre tenia razón y las cobras son tan peligrosas que… ¡Vaya tontería!
Eran casi las 8 de la tarde, 3 horas más tarde de lo previsto, cuando llegaba a Bangalore. Dicen que es la “Silicon Valley” de la India pero todavía busco la similitud, más bien debe ser una metáfora porque ¡vaya desastre de ciudad! Todo iba bien hasta que llegué a la estación de trenes. Aquello si que era un caos. El edificio, que parecía “nuevo”, estaba abarrotado de gente gritando (como no) y de ventanillas donde se suponía iba a comprar mi billete a Anantapur. Fue imposible. Si alguien alguna vez se ha sentido solo allí se hubiera sentido como en una isla desierta. Era el único occidental en muchos kilómetros a la redonda. Nadie me hacia caso y nadie hablaba ingles.
Estaba cansado y era tarde por lo que decidí intentarlo al día siguiente. Busqué un hotel en mi guía (menos mal que la llevaba) y encontré uno que parecía estar bien. Como no iba a estar bien si era un 5 estrellas. Pero no quería arriesgarme a volver a encontrar “compañeros de habitación inesperados” y, ¡que narices! para eso llevo la visa. Cogí un “Rickshaw” que es algo así como un vespino pero con tres ruedas y tapado. Con este artilugio nos adentramos en un caos circulatorio que, a la vez, era un mar de polución. ¡Dios mió que viaje! Íbamos a toda velocidad esquivando gente, coches, carros y lo que se nos pusiera por delante. Y yo que pensaba que mi hermano Oscar era lo más peligroso que había a un volante. Aparcamos delante del hotel. Habitación, cena y a dormir que ya no podía más.
Amor para todos!